martes, 9 de noviembre de 2010

Razones para odiarte.

Odio la forma en que me hablas, y cuando te ríes así.
Aborrezco esas pintas que llevas, y que creas saber tanto de mí.
Me repugna lo que me haces sentir cuando me tocas, tanto que no sé ni como llamarlo.
Odio que me mientas, que me contradigas, y hasta que lleves razón.
No soporto que me quieras siempre un poco menos que a ella,
ni que seas tan dulce unas veces, y tan idiota otras.
Odio que me hagas reír, y aún más que me hagas llorar.
Me asquea que sean tus amigos los que me digan lo que sientes,
odio tenerte cerca, y querer verte y no querer verte.
Desprecio perder el tiempo oyendo tus "todo va a ir bien".

Pero sobre todo, y antes que todo esto, odio no poder odiarte, porque en realidad no te odio ni un poquito, nada en absoluto.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Adiós, Verano.

En un verano da tiempo a hacer muchas cosas. Da tiempo a curar viejas heridas, y a acostumbrarse a las cicatrices. A patinar sobre las situaciones incómodas, a enfrentarse a las difíciles, a esquivar las aburridas. A aceptar que la costumbre no es un sentimiento, que la novedad no siempre genera atracción…

También hay tiempo de sobra para construir una fortaleza inquebrantable en torno al corazón, con su foso, y sus cocodrilos. Lo hay para cerciorarse de que las cosas malas ya no te afectan y que puedes sonreír sin importar cuándo, cómo, por qué, dónde o a quién.

En un verano puedes, además, aprender a disfrutar de las pequeñas cosas como las intensas gotas de felicidad que son, a dibujar sonrisas en las caras de los demás, y a cortar la cadena que te mantenía unida al lastre del pesimismo. A ver más azul el cielo y menos negro el futuro; a descubrir las formas que las esencias de las nubes dejan entrever, a secar tus lágrimas al sol. A valorar la vida más que antes, a salvársela a unos cachorros y a dar nuevas oportunidades.

También puedes descubrir, sin lamentarlo, la diminuta puerta de atrás que olvidaste en tu cuidadosamente construida muralla, ya no tan inquebrantable, cuando cierta persona anda cerca. Aprenderás, además, que amigos son aquellos que están ahí para hacerte reír hasta que se te salten las lágrimas, sea un buen momento o no.

En definitiva, un verano no es más que un enorme conjunto de sol, tardes de risas, agua de piscina, amigos y colores. Es, y seguirá siendo, el encargado de llenar nuestros baúles de recuerdos con memorias inolvidables… Hoy, que declaro finalmente cerrado el verano, sólo puedo decir… ¡Otoño, allá vamos! :D


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[Xidre] ;)

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Tu momento.

Por una vez en la historia, sintió que había llegado su momento. Dejó la pequeñez a un lado, abrió las alas, saboreó su valentía y notó su fuerza: estaba preparada. El maestro comenzó a señalar a los elegidos: aquella chica de allá, el chaval pelirrojo de su izquierda, el rubio larguirucho, la morena de la derecha…

Cuando se acercó a su posición, ella dio un paso adelante, segura de que el dedo del maestro apuntaría hacia su figura menuda y vibrante de emoción. Él ladeó la cabeza, sorprendido, sopesando las posibilidades de semejante elección. Luego, lentamente, meneó la cabeza negativamente.

- Aún no.

Con dolorosa humillación, ella plegó sus alas y se sintió disminuir. Decreció su fuerza, su valentía, su seguridad, y se entregó desesperadamente a la idea de que algún día llegaría el momento de volar y de ser libre. Aunque no fuese hoy.

Muy pequeña, y encogida sobre sí misma, entendió que las oportunidades llegan cuando uno menos se lo espera, y pasan de puntillas, sin grandes esplendores ni ostentosas revelaciones. También comprendió que su momento no vendría porque sí, que tenía que ganárselo, y concentrarse en crearlo y no sentarse a aguardarlo.

Uno es sus propias oportunidades, las que se concede a sí mismo; porque el que solo espera, desespera.

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Xidre.

miércoles, 7 de julio de 2010

Juré que nunca le cantaría al amor, porque no existe.

Quiero perder la cabeza y no recordar en toda la noche dónde la dejé.
Quiero cantar canciones cuyas letras no me sé, a gritos hasta quedar afónica.
Quiero hacer que los desconocidos pasen a ser conocidos de toda la vida, que nuestras largas tardes de risas se conviertan en noches eternas, que mis palabras suenen a música en tus oídos, y que contemos juntos los segundos que faltan hasta el amanecer.
Me gustaría no parpadear para no correr peligro de perderme uno de esos instantes en los que haces que todo brille, que sea perfecto y especial, porque tú no eres perfecto, pero sí condenadamente especial.
Y quiero que sientes la cabeza, maldita sea, que la sientes y la dejes olvidada en el sofá, porque esta noche no necesitarás pensar. Coseré mis labios, y los tuyos, para que no podamos decir algo indebido, y para que las palabras dejen espacio para las imágenes, que dicen que tienen más valor. Dame la mano y juntos daremos pasos de gigante entre las estrellas.


Júrame que, si estoy soñando, todos los sueños serán como este.




[Xidre]

martes, 22 de junio de 2010

Alice garabateó en su cuaderno las primeras frases de todo lo que quería expresar, luego las emborronó con tachones. No sabía cómo empezar, cómo describir todo lo que su propia voz chillaba en su cabeza, martilleando sus sienes y llenando sus ojos de lágrimas, después de la peor tarde de su vida. No había palabras suficientes, no había frases adecuadas.

Con un resoplido buscó en el bolso la cajetilla de tabaco y encendió un cigarrillo. Una amarga sonrisa enfermiza y marchita se esbozó en su rostro mientras daba la primera calada, imaginando cómo él entraría en cólera si la viese fumando de nuevo. En realidad, aquello no era más que un coletazo de rebeldía, el último de un pez que agonizaba fuera del agua, porque deseaba hacer todo lo que a él le molestase. Por una vez, deseaba hacerle daño, daño de verdad. Quizá así él aprendiese a no destrozarla a ella.

Con un suspiro perdido entre humo gris, y lágrimas cristalinas rodando mejillas abajo, se preguntó para qué servían, en realidad, las ilusiones. No eran más que una pérdida de tiempo, una dañina y peligrosa pérdida de tiempo. Con la idea ya en su cabeza, dejó el cigarrillo en el cenicero y tomó de nuevo el bolígrafo.

“¿De qué sirven las ilusiones? ¿De qué me sirve a mí, pobre estúpida, emocionarme e ilusionarme con sueños baldíos y esperanzas vanas, cuando vuelves a decepcionarme una y otra vez? Ojala supieras todo el daño que me estás causando, que me causas, con cada mirada y cada día bueno. Porque a nuestros días buenos les siguen los peores, los peores de la historia.

Ayer alimentaste mi alegría con una de tus sonrisas, me regaste como a una planta marchita con el agua sanadora de tu mirada, me hiciste sentir bien, bien de verdad. Hoy… hoy te hallo entre sus brazos, soñando con su rostro, no con el mío.

Nunca es el mío el rostro afortunado. Antes de ti hubo muchos otros, otros cuyas límpidas miradas me engañaron, y cuya habilidad para infligir dolor en mi corazón ya de por sí dañado me hizo pensar que no me merecían, porque nunca era yo la elegida. Jamás, en tantas otras ocasiones, alguno de ellos osó pensar en mí como yo deseaba que lo hiciera. Y tú… tú eres otro más, otro nombre en esta lista a la que deseo poner final.

Que sí, que lo sé, que soy una romántica empedernida. Busco el amor, el de verdad, en los ojos de todos aquellos que me devuelven la mirada, busco la felicidad de los cuentos infantiles junto a alguien que pueda concedérmela sin reparos, sólo a mí. Tus ojos oscuros me prometieron el cielo, tus manos suaves y amables, un mundo que explorar y compartir… tu sonrisa me juró un amor que no sentías, pero que yo creí leer en ella. Eso es lo que pasa siempre. Me ilusiono demasiado pronto, me lanzo a la piscina sin dudar y espero a que los sueños me bombardeen con idílicos paisajes y escenas. Y luego… luego llega la decepción, la explosión que lo destroza todo, el llanto.

Nunca supe elegir bien. Lo veo en tus ojos, no eres el adecuado para mí. Pero siento el tiempo correr y sé que no puedo pararlo, y miles de rostros pasan ante mí y nunca veo en ellos lo que quiero ver. Estoy asustada. Quizá el problema es que nunca ha habido nadie para mí, nadie como lo que yo busco. Tal vez me he vuelto a equivocar, a soñar demasiado.

Esta vez… esta vez te odio de verdad. Soporté estoicamente la situación cuando me enteré de que no era yo la que poblaba tus sueños, pero hoy he sabido que no lo aguanto más. Vive intensamente cada segundo de los que te quedan como has planeado, disfrútalos todos con ella, es lo justo. Esboza a lápiz cada paso de vuestras vidas en común, dibuja tus ilusiones, siéntelas, emociónate. Vive, de verdad, vive la vida que me has quitado, la que has sorbido de mis labios en cada uno de mis suspiros, la que me has robado sin derecho alguno.

De nuevo inválida y rota por dentro, insegura a cada paso y asustada, más que nunca, en cada recodo del camino; pero tuya, muy tuya, me despido.”


Trazó su firma en el papel mientras los sollozos rotos brotaban a borbotones de su pecho. Deseó, con todas sus fuerzas, no haberle conocido nunca, no haberle amado y, ahora, no llorar por el tiempo perdido, las ilusiones vanas y los sueños rotos. Quiso poder borrar lo vivido de un plumazo, porque sus errores ya no servían para aprender, sino para expandir el veneno de la amargura por sus venas... Pero era consciente no podía volver atrás en el tiempo.

Arrancó la hoja del cuaderno y la arrugó para meterla en su bolsillo. El cigarrillo se había consumido ya en el cenicero, y una nueva hoja en blanco era todo lo que le ofrecía su cuaderno de tapas negras. En ella, con la furia de un odio amante o un amor odiado, escribió con trazos fieros y alargados tan sólo dos frases:

“Hoy lo odio todo de ti. Dime, entonces, ¿por qué te amo?”

Poco a poco, lentamente, las lágrimas amargas llenas de un dolor ya desvaído por el tiempo, consumieron esas últimas palabras.





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*Xidre.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Die alone.

Mírala, es aquella cuyos zapatos resuenan contra las baldosas del pasillo entablando una solitaria melodía. Sí, sí, aquella que se sienta sola en la cafetería. La que no habla con nadie, la que no confía, la que tiene miedo.

Ella, que conoce bien el acre sabor de la soledad, no malgasta esfuerzos en conocer a nadie lo suficiente para le haga sentir algo, porque todos los sentimientos son, en el sentido último, sufrimiento. Ella, que ha llorado lágrimas amargas, que ha escondido secretos por no tener a quien contárselos, que vive el día a día como una oscura condena, sabe que sus sollozos se los lleva el viento todas las noches.

Ella, que una vez confió, que se atrevió a darlo todo por un sentimiento, y que sólo recibió golpes, golpes y más golpes, y dolor. Ella, que le tiene tanto miedo al dolor, que soporta el sufrimiento de la soledad, mal conocido, antes que todos aquellos males por conocer. Ella teme al riesgo, y a la gente, en general.

Pero ella también crece, y cumple años. Es entonces cuando descubre que hay gente a su alrededor. Vuelve a sentarse sola en la cafetería, de nuevo, pero mira de reojo a los demás, en especial a aquellos que le devuelven la mirada. Y se asusta cuando él se levanta de su mesa, y se acerca, y se siente junto a ella.

- Mañana es tu cumpleaños – afirma, blandiendo su mejor sonrisa.
- Sí – no sabe que decir, tiembla. No quiere hablar con él, ni con nadie, ¡se atemoriza!

Él espera unos segundos, como si le diese tiempo para reflexionar, y luego se atreve a invitarla a sentarse con sus amigos. El terror paraliza la mente de ella que, para su propia sorpresa, acepta.

Una cosa se sucede a otra, el miedo se cubre con el bálsamo del cariño de los demás, y todo se calma. Ella se siente liberada, se admira al descubrirse hablando con fluidez, como si todo pudiese salir bien. Allí todos la tratan con ternura, como la buena chica que es, como si fuese su amiga de toda la vida. Y así se siente ella.

Cae la noche, y amanece. Se despierta, con un sabor diferente en la boca. Su vida ya no sabe a soledad, todo huele diferente. Ella, que pensó que nunca amaría a nadie, que no sería amiga de nadie, que no conocería a nadie que mereciese la pena, acaba de recuperar su fe en la humanidad. Acaricia la felicidad aún con las puntas de los dedos, temerosa de que pueda esfumarse como un sueño.

Hoy cumple años y hoy descubre que tiene los mejores amigos que podría haber pedido. Hoy les ama a todos con su corazoncito inexperto, dispuesta a aprender de la vitalidad que todos ellos desprenden.

Ahora, mírala, es aquella. La que camina creando una melodía de pasos, armónica, con notas de muchos pies, y no sólo de los suyos. La que se sienta rodeada en la cafetería, ni más ni menos que por los mejores amigos del mundo. La que sonríe, a todos y a todo, a la vida en general. La que cura sus heridas con la verdadera amistad, que sabe dulce, y no amarga como el dolor, o como la soledad.

Ahora, es aquella cuya vida huele a felicidad, la que no tiene miedo. La que ama, la que siente, la que VIVE, que es lo más importante ;). Acaba de descubrir que no va a morir sola.





[Xidre]

lunes, 24 de mayo de 2010

But it is, oh, so absurd...

Una vez acaricié un sueño. No es como cuentan, no es suave como las nubes, no huele a algodón de azúcar, no es mullido y agradable. Es más bien terso y frío como el cristal, y con este material comparte también su mayor debilidad: esa asombrosa fragilidad volátil que hace que se deslice entre tus dedos al más mínimo descuido, que se caiga y se rompa en mil pedazos, para que no puedas recomponerlo jamás. Por eso es tan fácil que se esfumen todos tus sueños, por tu culpa o por la de otros, si pierdes la constancia.

Conocí, poco después, a los pisoteadores de sueños. Ah, esos son rompedores de sueños profesionales. Bailan sobre el cristal de nuestras ilusiones reduciéndolo a polvo, y se ríen de nuestras lágrimas vacías, angustiadas, que ellos mismos provocan. Estas malvadas criaturas se esconden donde menos las esperas, y actúan en el momento propicio, en el que más duele, en el que te entran ganas de tirarlo todo (o tirarte) por la borda.

Quizá te preguntas cómo, sabiendo todo esto, me mantengo flotando por encima de la desesperación y el pesimismo. Si soy sincera, tengo un truco bastante malo, pero útil. Se trata de no darse por vencido, de sacar la barra de pegamento cuando todo va mal y pegar entre sí todos los trocitos de sueños que encuentres rotos en el suelo de tu vida, porque aunque nunca volverá a ser la cristalina estructura perfecta que fue, es mejor tener media ilusión que ninguna.

Salvo unos pocos poetas y monjes iluminados retirados en lo alto de un monte, los demás sí tenemos nuestras ilusiones. Es más, no es que las tengamos, es que las necesitamos, porque las ilusiones alimentan nuestros sueños, nuestras esperanzas y nuestras vidas como una bebida energética con dosis extra de cafeína.

Así que, amigo mío, olvida cuando te sientes tan absurdo por no saber que decir, olvida las cobardías y la pesadumbre, y piensa que sólo el que nada espera nunca sufre desengaños.

[Xidre]

viernes, 7 de mayo de 2010

Imagina que tienes ese tipo de libertad.

- Cierra los ojos.

Un gesto de seriedad se esbozó en su cara.

- Ni lo sueñes.
- ¿No te fías de mí?

Sonreí. Claro que sí. ¿De quién iba a fiarme, si no? Era el único amigo que había tenido desde que llegué a ese lugar, y era difícil asegurar cuánto tiempo llevaba allí. Así que sí, confiaba en él. Pero no quería cerrar los ojos, me sentía mejor cuando veía su cara pálida y sus enormes ojos azules.

- Sabes que sí.
- ¿Y entonces?
- Jay…

Entrecerró los ojos, frunciendo el ceño.

- Eres lo peor, Hanna. ¿No puedes ni hacerme un favor?

Resoplé. ¿Cómo se las apañaba para conseguir que hiciese todo lo que él quería? Con gesto de fastidio (en parte fingido, todo hay que decirlo), finalmente, cerré los ojos.

Al instante, sus manos se apoyaron en mis hombros. Sentía su calidez, su contacto, a través de la ropa, y, aún sin ver nada, sonreí. Aquel día Jay me hacía sentir condenadamente feliz.

- Ahora, escúchame…
- Ya lo hago.
- …y no me interrumpas – pude notar el tono molesto en su voz y solté una estúpida risita -. Calla. A ver, ahora… Imagina que eres libre. No sólo libre en el sentido de no estar en este lugar encerrada en contra de tu voluntad, sino también en el de poder pensar, poder elegir tú misma tu propio destino. Imagina que tienes ese tipo de libertad.

Abrí los ojos, sorprendida.

- ¿No lo tengo?
- ¡Hanna!

Puso los ojos en blanco, frustrado, y sus dedos se posaron sobre mis párpados con la intención de cerrarlos. Pero no le dejé. Me rebatí, seria, y clavé en él mi mirada.


- ¿No lo tengo, Jay?
- Sabes que no – contestó, a regañadientes.

Giré la cabeza, confusa, dándole la espalda. No lo entendía. ¿Desde cuando no tenía yo la libertad de pensar por mí misma y de escribir mi destino? No me la habían robado, no todavía. Probablemente aquello sería otra de esas tonterías de Jay, otra cosa incomprensible y fuera de lugar destinada a sacarme de quicio. El problema es que me ponía nerviosa, hacía que no estuviese segura de nada. No me habían quitado mi libertad de decidir, no lo creía. Creía. Dudas. Temor. ¿Entonces…?

Sus manos se cerraron en torno a mi rostro, cegándome de nuevo. Intenté quitármelo de encima, pero no fui capaz.

- Imagina… - insistió -. Imagina que el mundo estuviese en tus manos. Que fueses libre, Hanna, libre de verdad.

Suspiré, molesta, aún luchando por liberarme… Y de pronto me di cuenta de que me sentía mejor siguiéndole el juego. Quizá así consiguiese una explicación.

- Sería genial.
- No, sabes que no. Sería perfecto.
- ¿No es…?
- No, no es lo mismo. Perfecto significa que no hay nada mejor. Pero, Hanna… si pudieras escapar, huir de aquí… si fueses dueña de tu futuro, si pudieses volar libre… ¿A dónde irías?
- A dónde quisiera.
- No. No. ¿En qué dirección?

Sus manos se retiraron de mi cara, pero no quise abrir los ojos. Imaginarme ligera e ingrávida, flotando muy por encima de todo lo que me hacía sentir mal, era lo más placentero que había sentido en mucho tiempo.

- Supongo que, en realidad, eso no importa - contesté, tras una pausa.
- Ah, ¿no?
- No…

Los ojos cerrados, una leve sonrisa asomando en mis labios, el viento removiendo mi cabello.

- Eres hermosa – susurró, acariciando mi mejilla.
- ¿No quieres saber por qué no importa? – musité cuando dejé de sentir su contacto cálido. No contestó, así que supuse que estaría escuchando -. No importa… si tú vienes conmigo.
Esperé su respuesta un segundo, dos, tres… a los treinta, abrí los ojos, y el ya no estaba allí. Qué absurdo. Lo más romántico que le había dicho nunca… y no lo había oído. Fruncí el ceño, aunque no pude evitar reírme por dentro. De no haberle conocido, sé que cualquier persona se habría enfadado… pero es que era Jay. ¡Me tenía tan acostumbrada a sus tonterías!

- Te tengo mal acostumbrado, Jay – le susurré al viento, con una brillante sonrisa en la cara.



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Esto lo escribí hace al menos un par de meses... tengo muchas conversaciones entre estos dos personajes, porque en mi cabeza hay una historia de verdad para ellos dos.. pero como no toma forma, creo que este fragmento no está demasiado mal =)
Gracias.

Xidre.

martes, 6 de abril de 2010

El estremecedor valor de lo superfluo.

Recuerdo cuando Mani vino a visitarme, hace algunos años. Para la ocasión, adoptó un aspecto infantil, el de un niño de unos doce años, rubio y sonrosado, con brillantes ojos llenos de inocencia. Encantador, de no haberle conocido desde hace más de un siglo.

Acostumbrado a vivir en Harika, mi hermano miraba con maravillada sorpresa todo lo que se ponía ante sus ojos. Nueva York le fascinó hasta tal punto que me juró que se quedaría conmigo para siempre, y admito que yo me lo llegué a creer.

Sin embargo, una tarde las cosas cambiaron, y decidió marcharse para no volver. El simple recuerdo de la escena que se desarrolló ante mí me hace sonreír… A mí me hace gracia, porque la situación fue bastante cómica, y porque ver el rostro inocente que había escogido Mani lleno de ofendida frustración fue de lo más placentero… Pero a vosotros, humanos, debería preocuparos.

Aquella tarde habíamos salido de compras. Tuve que salvar a Mani tres veces de ser arrollado por algún conductor nervioso, porque el muy imprudente se lanzaba a toda velocidad y sin mirar por los pasos de cebra. Es curioso, pero creo que cuando vine a vivir aquí yo hacía algo parecido… y que después de un par de dolorosos atropellos, me aprendí la lección.

La cuestión es que Mani, temerario por naturaleza, se negaba a escucharme y a creer que podía haber algo malo en aquel “mundo de ensueño”, como él mismo lo denominaba. Atravesamos medio Manhattan, y en la quinta avenida le arrastré por algunas tiendas. En una de ellas, mi hermano se enamoró completamente de una gorra, y, convencido de que era la prenda que mejor le había sentado en su vida, se dirigió con ella a la caja.

La dependienta le sonrió con educada frialdad, le arrebató la gorra de las manos, la metió en una bolsa y extendió la mano hacia él.

- Veinte dólares – pidió.

Mani la miró sin comprender durante un rato. Luego, lentamente, esbozó la mejor de sus sonrisas. Yo me acerqué entonces, prediciendo la confusión de mi hermano y buscando los veinte dólares en mi bolso. Mientras tanto, la dependienta, impaciente, frunció los labios.

- ¿No tienes los veinte dólares? – le espetó.

Mientras tanto, Mani seguía sonriendo espléndidamente.

- ¡Niño! – exclamó la mujer, para que él reaccionara.
- Sí los tiene, sí – intervine, entregándole el dinero.

Mi hermano borró su sonrisa de un plumazo y me observó con incredulidad.

- ¿Qué haces? – inquirió, receloso.
- Pagar – suspiré mientras recogía su compra y le arrastraba de mano hacia el exterior.
- ¿Con qué? – exclamó, zafándose y lanzándome una mirada de reproche.
- Con dinero – dije, poniendo los ojos en blanco.

Recuerdo el horror y el gesto ofendido que se dibujaron en su rostro.

- ¿Qué? ¿Qué tipo de mundo es este en el que no se paga con sonrisas? – gritó, asqueado.

Me reí, quitándole importancia a su rabieta, y continué andando, segura de que me seguía.

- ¡Menudo planeta! – continuó -. ¡Es imposible!

Mani siguió farfullando durante un rato, mientras yo, algo ausente, recordaba la incredulidad que había mostrado la dependienta cuando mi hermano pretendió pagarle con una sonrisa. Así se hacía en Harika, por eso él no había imaginado que las cosas allí fueran diferentes.

- Basta – las palabras de Mani me frenaron en mitad de la cuarta avenida -. Dame la gorra – ordenó.

Se la tendí, sorprendida, y le observé encasquetársela con aquella mueca de niño enfadado y caprichoso.

- He tomado una decisión – afirmó unos segundos después -. Me voy. No me gusta este sitio. ¿Cómo voy a vivir en un lugar donde una sonrisa no es lo mejor que uno puede ofrecer? ¿Cómo lo soportas tú, Ishkara?

Entonces, allí mismo, se dio la vuelta y echó a andar en otra dirección. No me preocupó que se perdiese: se marchaba. Y no le he vuelto a ver desde entonces.

A veces, cuando me acuerdo de todo esto, me río, sí. Pero también me pregunto cómo lo soporto yo, esto de vivir en un mundo en el que se le da más importancia a un billetito verde y arrugado que a la espléndida sonrisa de un niño de doce años y rostro angelical.



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=)
Yo también me lo pregunto... sí.
Xidre :)

martes, 9 de marzo de 2010

Nueve de Marzo.

Nueve de Marzo.

Entre los barrotes de la ventana, podía observar la brillante esfera dorada que coronaba el cielo descender hacia el seno del horizonte. Suspiré y cerré los ojos, deseando grabar aquella imagen de desoladora belleza en el interior de mis párpados para que fuese lo último que ver aquella noche.

Nueve de Marzo.

Y no quedaba ni una brizna de esperanza en mi interior, sabía que ni un milagro podría salvarme ahora. Me embargaba una fría serenidad resignada, una pasividad laxa y vana, relajada. Nada podía hacer ya, ¿para qué esforzarme?

Aquella noche moriría, pagando por un crimen que no recordaba haber cometido. Había llorado todas mis lágrimas en una triste serenata de muerte para mi alma y ahora, cuando ya ni la esperanza permanecía, era consciente de que mi dolor había sido en vano. Porque desde el primer momento, antes del juicio, todos sabían cuál iba a ser la sentencia. Culpable. Sin pruebas, sin indicios, sin confesión; culpable. El cálido sabor de la injusticia en mi paladar me recordaba mis gritos de angustia cuando me habían encerrado en aquella prisión a la espera de la ejecución de la sentencia.

Nueve de Marzo.

El aire olía a muerte, y los últimos rayos de sol, de una luz rojiza, eran un elocuente augurio de sangre. Pensé en rezar, pero no recordaba haber aprendido nunca. En realidad, recordaba más bien poco de mi vida antes del juicio: ni siquiera sabía con certeza cuál era mi nombre. Era como si las lágrimas lloradas hubiesen arrastrado cada recuerdo consigo.

Me vi arrastrada fuera de la cárcel, maniatada, amordazada. Otras mujeres, de miradas asustadas y rostros empapados por las lágrimas recientes, se encontraban en la misma situación que yo. Eran once, once jóvenes, once almas en pena, cuyo destino finalizaba aquella noche sangrienta del nueve de marzo. Verlas a todas, temblorosas y pálidas, me hizo compadecerlas, pese a que yo iba a vivir su mismo final, por ser tan tontas y no haber perdido ya la esperanza. La resignación era mucho menos dolorosa.

Entonces la trajeron a ella. Sus ojos azules, de color angelical, destilaban un brillo de tinieblas que hizo que me recorriera un escalofrío. Era rubia, diminuta, de no más de quince años, pero su piel supuraba tanta perversidad como sus ojos. He de admitir que me asustó estar en presencia de semejante criatura de aspecto inocente e interior peligroso.

Pero no me dio tiempo a pensar mucho más. Pronto nos vimos cegadas las trece con unas vendas oscuras, y fuimos conducidas hacia una calle ancha que, a juzgar por los gritos de odio que nos acogieron, estaba llena de gente dispuesta a jalear nuestra ejecución.

Pude sentir el aura malvada de la niña rubia junto a mí durante todo el trayecto, y mi estómago se estremecía del horror de tenerla cerca. Gracias a los cielos, aquello no duró mucho, y pronto volví a ver: las últimas luces del día me desvelaron mi propia imagen, y la de las otras doce, atada a aquellos postes que pronto se convertirían en trece hogueras que iluminarían la noche del sediento de sangre nueve de marzo.

Un sacerdote nos ofreció con sus rezos la posibilidad de una redención divina, pero todas cerramos los ojos con fuerza, al unísono, rogando aún porque no fuera necesario el perdón divino. No todavía.

Un guardia prendió su antorcha y con ella fue encendiendo nuestras hogueras. Primero la de la niña rubia, luego la mía, luego las demás. Un sobrecogedor silencio se adueñó de todos los presentes, que esperaban con un deseo sádico empezar a oír nuestros aullidos de dolor.

En mi interior, sentí como si me arrancaran algo de las entrañas, y contuve los deseos de gritar. Cerré los ojos, esperando el dolor, o la muerte, o lo que fuese. Sin embargo, cuando los abrí, todo había cambiado. Recordaba mi nombre, Alice Liddle. Recordaba mi vida. Y sabía con certeza qué debía hacer. Las otras chicas parecían haber experimentado el mismo cambio, y un cántico siniestro se elevó al entrelazarse nuestras voces.

Segundos más tarde, la chica rubia, y las otras once, se hallaban ahora liberadas ante mí, en medio de una colina alejada a penas un kilómetro escaso del pueblo donde estaban llevando a cabo nuestra ejecución. O eso creían.

- Me encantó tu idea de la amnesia inducida en tu plan, Alice – tarareó la chica tenebrosa con una voz de ultratumba -. Un plan genial, por cierto – sonrió.
- Ha sido fácil – me sorprendí al oír mi propia voz, tanto tiempo acallada, y al detectar en ella el mismo deje de negrura que en la de mi interlocutora.
- ¡Por supuesto! Si no notaban que éramos las trece hermanas de un mismo aquelarre, tendrían el valor de sacrificarnos juntas. ¡Valientes inútiles! – exclamó -. No saben que el poder de las trece es muy superior a su fuego vacuo.

Sonreí, y fue una sonrisa feroz, salvaje. A lo lejos, en el pueblo, los gritos de dolor de las jóvenes abrasadas por las hogueras llegaron hasta nosotras.

- ¿Quieres saber los nombres de las inocentes? – susurró la siniestra rubia junto a mí.
- No.

Me hizo gracia recordar que hacía unos minutos la había temido, cuando en realidad era ella la que sentía un fervoroso respeto hacia mí. Porque si su aura era oscura, la mía la hacía parecer blanquecina y resplandeciente.

Las trece del aquelarre, jóvenes, vivas y presas de una oscuridad ardiente, observamos la tétrica iluminación lejana de las hogueras y oímos los gritos de sus víctimas. Porque aquella noche, aquel nueve de Marzo, trece almas inocentes perecieron a manos de aquellos que creían poder vencernos. Aquella noche, el poder de las trece brujas de Engletown se acrecentó con la sangre derramada. Dulce nueve de Marzo con sabor a muerte.


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Es un poco largo, y admito que no lo he revisado, pero es mi peculiar entrada del 9 de marzo. Día un tanto especial.
Espero que no os disguste demasiado.


Xidre :)

jueves, 25 de febrero de 2010

Libre.

No quedaban libros ni documentos que mencionasen su nombre. En las grandes hogueras organizadas para hacerlos desaparecer, no había rodado ni una sola lágrima en ninguno de los miles de rostros presentes. No estaban tristes pese a que estaban destruyendo las líricas bases de una cultura, la suya propia, y conocían la atrocidad de su hazaña. No, porque en el fuego se consumieron también los recuerdos desvaídos de una época de miedo y sufrimiento, el fuego se tragó el pasado sin masticar, quitándoles el peso de encima y haciéndoles sentir ligeros.
Por fin.
Ahora había esperanza.
Poco a poco una sonrisa generalizada pareció esbozarse sobre la faz de la tierra, los ojos, en los que se reflejaba el bailoteo de las llamas del fuego que simbolizaba sus nuevas fuerzas, brillaron hasta iluminar el cielo, y las mentes antes abstrusas y oscuras se abrieron, preparándose para la nueva era.
La felicidad puso fin al reino del terror, pensé.

Mientras, un grito, un aullido de fuerzas reencontradas, se elevaba entre la muchedumbre, que por fin se sentía lo suficientemente poderosa como para cantarle a la LIBERTAD.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Getting nowhere.


Hay días en los que te sientes atropellada, empujada, zarandeada de un lugar a otro sin comprender muy bien por qué. La sensación es parecida a la mezcla de frustración, ira y humillación de cuando, después de haber pasado horas arreglándote, sales a la calle y empieza a llover. Se te moja el pelo recién peinado, se te corre el maquillaje, parece que te has lanzado vestida a una piscina, tus pies se ahogan en el interior de tus zapatos inundados… pero eso no es lo peor. Un coche que marcha a toda velocidad por la carretera, pasa sobre un charco, creando una ola tipo tsunami, mientras esperas en la acera para cruzar. Perfecto, ahora eres el monstruo del lodo. Ideal si vas a una fiesta de disfraces.

En esos momentos, la suciedad que te escupe la vida te salpica los ojos. Parpadeas, pero durante un rato no ves muy bien. Es más, cuando consigues sacártela de encima, aún tienes los ojos rojos, te escuecen y el mundo sigue borroso. Qué asco. Al final, o bien por las lágrimas lloradas o bien por el tiempo, que pasa incluso para ti, recuperas la visión, y todo vuelve a ser claro. Abres los ojos, dejando que entre en ellos la luz, pensando que el mundo va a volver a maravillarte. Es entonces cuando, decepcionada, vuelves a cerrar los ojos con fuerza, y lamentas haberlos limpiado.

Vale, la vida no siempre nos trata bien. El destino pone en tu camino gente que irremediablemente te hará daño, piedras con las que tropezar, miles de fallos que cometer… y no puedes cambiar de ruta. Hay veces que los maltratos son tan violentos que te gustaría poder denunciar a la vida en la comisaría. Pero tu antídoto es tener siempre helado de chocolate en el congelador.

Hace algún tiempo le diste una patada a la inocencia y te juraste a ti misma que aceptarías que las cosas son como son, y que a la vuelta de la esquina no te espera tu particular cuento de hadas. Pesimista por naturaleza, no crees en el amor. Y no me extraña, la verdad, después de lo que has vivido.

Sin embargo, pese a que eres una pesimista-realista-desencantada de la vida con tendencia a la autocompasión y tintes depresivos, hay algo que admiro de ti. Y es que nunca has dejado que nada de esto te frene. No has dejado de luchar. Te da igual que el mundo intente echarte para atrás, porque sabes que, al final, serán los que te ponen trabas los que no llegarán a ninguna parte. Y así, superas todos los baches de tu camino. “Tenemos que pasar el fuego, no quedarnos dentro”, me dijiste una vez.

Ánimo, criatura. Haz brillar el lema de la autosuperación en el mundo gris que te rodea. Admite tus errores, tu imperfección, tu desgracia y la ajena, cambia lo que deba ser cambiado y busca una razón para existir.

¿Sabes qué? Todos aquellos que alguna vez dijeron que no eras lo suficientemente buena… nunca fueron mejores que tú.


Xidre.

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Sometimes I fear that I might dissapear
In the blur of fast forward I faulter again
Forgetting to breathe, I need to sleep
I'm getting nowhere

domingo, 31 de enero de 2010

Quiero ser siempre una niña.

La niña de los ojos azules se alimenta de sonrisas. Desayuna las de alegría y euforia, para coger energía y enfrentarse con fuerzas renovadas al nuevo día, y cena las sonrisas tiernas y enamoradas, porque aportan un adormecedor sentimiento de paz.

La niña de los ojos azules también guarda un secreto precioso. Cada noche, cuando sus padres se acuestan y toda la ciudad duerme, su amigo el unicornio Aris viene a despertarla. El dragón Euclo les espera al doblar la esquina, preparado para transportarles por el cielo a través de las densas nubes que saben a algodón de azúcar.

La estrella de Nunca Jamás brilla con su habitual fiereza, y Peter Pan les saluda cuando pasan junto a ella. Wendy ya no está con él: tuvo la desfachatez de marcharse y hacerse mayor. La niña de los ojos azules, enamorada en secreto del infante eterno, se alegra de la traición de Wendy y espera ocupar su lugar algún día: está preparada para luchar contra Garfio y volar con Campanilla, bailar junto a los indios y jugar durante horas con los niños perdidos.

Cuando Euclo aterriza frente a una casita de madera situada en un gigantesco prado verde escondido en mitad del bosque, la niña de los ojos azules corre a ponerse el vestido que le han preparado las tres hadas madrinas que allí habitan, Flora, Fauna y Primavera, para ir a la boda de Aurora (más conocida como Bella Durmiente) y el príncipe Felipe. Por el camino, se cruza con una estrambótica carroza con forma de calabaza que va en dirección contraria, porque dentro Cenicienta llora diciendo que ha perdido un zapato.

La niña de los ojos azules es feliz en esos parajes. Todos la conocen y la saludan cuando la ven, Blancanieves le ha regalado uno de sus lazos rojos para el pelo y los enanos le cantan canciones a coro con los ratoncitos de Cenicienta, pero es la voz de la hermosa princesa Rapunzel la que resalta por encima de todas.

La niña de los ojos azules llega a la boda un poco tarde, pero todos la aclaman y la aplauden. Peter Pan, que ya ha llegado también, le guiña un ojo desde el fondo del salón, cerca de donde se sienta, con su estresado conejo en el regazo, Alicia, la afortunada que estuvo en el País de las Maravillas.

El baile da comienzo, el vestido de Aurora cambia de color una y otra vez mientras las hadas pelean, y mientras tanto la niña de los ojos azules le siente caminar por las nubes en brazos de un azorado príncipe de Nunca Jamás.

Pero la noche acaba, como todas, y la niña de los ojos azules se despide de todos, apresurada. ¡Tiene que volver antes de que papá y mamá despierten! Promete regresar al día siguiente, y todos saben que lo hará. Euclo y Aris la esperan fuera del palacio, y juntos regresan a la gris ciudad de Londres con las primeras luces del amanecer. Ya en casa, la niña se hace un ovillo bajo las mantas y cierra los ojos para fingir estar dormida cuando mamá entre a despertarla.

Un rato más tarde, sentada en una silla de la cocina, la niña de los ojos azules jura que no crecerá nunca, porque sabe que Aris y Euclo dejarán de visitarla cuando se haga mayor. Y tampoco quiere traicionar a Peter, recuerda mientras mastica las sonrisas de su desayuno.

PP Pictures, Images and Photos

Quiero ser una niña para siempre.

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En nombre de la inocencia infantil... cambio radical. Hoy tenía ganas de escribir algo completamente distinto ;)

Xidre.

sábado, 23 de enero de 2010

Deliciosa sangre.

Cae la noche, todavía no se ha inventado un antídoto contra su influjo, y me despierto. La oscuridad me acoge con lo más parecido a una caricia maternal que he conocido nunca, vacía de cariño, pero madre, al fin y al cabo.

La luz de tus ojos se enciende y se apaga cuando parpadeas. Caminas rápido, inseguro, temeroso. Esa sensación de estar siendo perseguido se adhiere inevitablemente a tu piel, a tu mente, y te hace jadear. La adrenalina producida por el miedo recorre, tóxica, por tus venas, provocando esa deliciosa aceleración de tu corazón bombeante.

Me relamo, imaginando el sabor del turbio líquido rojo que me da la vida y la muerte cada noche. Me invade una excitación impropia, sedienta de sangre, sádica, peligrosa, letal y oscuramente placentera. El fin se acerca, el telón se mantendrá tan solo unos minutos en ese equilibrio precario.

Tus pasos resuenan contra el asfalto, pero yo misma juraría que flotas sobre él. Siempre te gustaron las películas de miedo, pero no es lo mismo sentir como el terror atenaza la propia garganta. Mientras tanto, saboreo las mieles de la anticipación mientras te espero en el callejón. Te anhelo, te deseo, con una intensidad casi dolorosa.

Llega el momento, y me abalanzo sobre ti: lo ves todo negro. No sabes como reaccionar, te debates, débil, te retuerces. Ya nadie puede salvarte. Mis colmillos se clavan en tu cuello y gritas, pero nadie podrá oírte, porque con tu sangre me bebo cada uno de tus sonidos. Sólo resiste el latido de tu corazón, fuerte y acelerado, empujando la sangre fresca por tus venas hasta mi boca, agonizando, llorando en sus últimos instantes de vida.

Callas mientras ves el telón de tu escenario bajar con lentitud. Todo pierde su color y su brillo, y lo último que contemplas son mis ojos enrojecidos y el deseo febril que se dibuja en ellos. Absorbo tus últimas gotas de vida, oigo la cadencia de última expiración y te siento morir entre mis brazos. La muerte es mi vida, me alimenta cada vez que la oscuridad se adueña del cielo, así que no esperes que derrame una sola lágrima por ti.

Fuiste otra presa, nada más… Aunque prometo un gesto benevolente por mi parte: mañana enviaré a otro de los tuyos al mundo de los muertos, para que te haga compañía, a ti y a tantos otros.

Busco en tus bolsillos tu cartera, tu documento de identidad, para que no te reconozcan. Quizá es un poco cruel por mi parte, pero disfruto imaginando la frustración de la policía cuando encuentra esos cadáveres desangrados sin ningún motivo o arma letal aparente, destinados a quedarse sin identificar y convertirse en más Johns y Janes Doe de los que pueblan las fosas comunes. Es increíble lo poderosa que me siento al saber que soy capaz de causar tanto dolor y tantos quebraderos de cabeza. Y el poder sabe tan bien como la vida.

Camino con pasos lentos, con seguridad, poseedora de un secreto que jamás será revelado o compartido: el de la vida eterna. Poco queda de quien fuiste o creíste ser, y solo unas pequeñas gotas de tu sangre en la comisura de mis labios me recuerdan que exististe.

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Uuh, vuelvo a mis inicios oscuros... xD
A la mierda el amor y las ñoñeces de mis ultimos relatos, estoy harta de pasarlo mal.
Espero que no os disguste demasiado ;)

..Xidre..

jueves, 7 de enero de 2010

Hemos roto.

Photobucket
Querido amigo:
Era todo tan sencillo, tan fácil y tan natural a tu lado, que en ese momento, con el calor de tus labios aún reciente en los míos, supe que no podía durar.
Nunca tuve la suerte suficiente para que nada bueno me ocurriese. Me equivoqué no una, mil veces. Nada tenía sentido, nada era fácil. Pronto, las sonrisas fingidas se convirtieron en mis mejores sonrisas, porque las verdaderas se declararon extinguidas.
No había nada bueno en mí. Débil, frágil, me había caído tantas veces que las fracturas eran ya irreparables, ¿y quién pide una muñeca rota por Navidad?
Te confundiste conmigo, Romeo, elegiste a la Julieta equivocada. Te enamoraste de una fachada, un aspecto de niña feliz irreal y falso, y te viste atrapado en una red de sentimientos doloridos y palabras muertas que te arrastró hacia el abismo.
Yo no soy una chica sencilla y alegre, como tú. Soy depresiva, gris, aburrida, sentimental, autocompasiva, arisca, impaciente, triste, amarga, sin gracia, inútil, torpe, monótona, innecesaria… Yo sólo puedo ofrecerte un mundo sin color y con tendencias autodestructivas, no tengo nada adecuado para ti.
Pero no te das cuenta, ¿por qué? Y yo no tengo la fuerza suficiente para abrirte los ojos, no por temor a que me dejes, sino porque me es muy difícil luchar contra mí misma, contra mi egoísmo. Porque yo te quiero aquí, eso ya lo sabes. Eres como un bálsamo para mis heridas, haces que mi corazón deje de sangrar. Pero, aunque ya palpita, no cicatriza. Está roto, para siempre, ¿por qué no lo ves? No vas a conseguir cambiarme, desiste, es inútil. Vete, date por vencido como hicieron tantos otros.
Ay, Romeo, te equivocaste de Julieta. Yo no puedo hacerte feliz, no valgo para eso. Por ello, y porque mi infelicidad es tan grande como contagiosa, supe que lo nuestro no podía durar.
Y es una lástima, porque me gusta estar contigo, pero sabes que soy una bomba de relojería a punto de estallar, y mi onda expansiva nos despedazará a ambos si te quedas aquí. Es mi destino, no el tuyo, y no quiero arrastrarte conmigo.
Márchate, aléjate ahora que puedes, antes de que tu mundo se vuelva tan gris y triste como el mío. Es tu última oportunidad, la última, ¿lo oyes? La cuenta atrás a comenzado;
Romeo, huye antes de que Julieta explote.

Atentamente,
Xidre.