lunes, 24 de mayo de 2010

But it is, oh, so absurd...

Una vez acaricié un sueño. No es como cuentan, no es suave como las nubes, no huele a algodón de azúcar, no es mullido y agradable. Es más bien terso y frío como el cristal, y con este material comparte también su mayor debilidad: esa asombrosa fragilidad volátil que hace que se deslice entre tus dedos al más mínimo descuido, que se caiga y se rompa en mil pedazos, para que no puedas recomponerlo jamás. Por eso es tan fácil que se esfumen todos tus sueños, por tu culpa o por la de otros, si pierdes la constancia.

Conocí, poco después, a los pisoteadores de sueños. Ah, esos son rompedores de sueños profesionales. Bailan sobre el cristal de nuestras ilusiones reduciéndolo a polvo, y se ríen de nuestras lágrimas vacías, angustiadas, que ellos mismos provocan. Estas malvadas criaturas se esconden donde menos las esperas, y actúan en el momento propicio, en el que más duele, en el que te entran ganas de tirarlo todo (o tirarte) por la borda.

Quizá te preguntas cómo, sabiendo todo esto, me mantengo flotando por encima de la desesperación y el pesimismo. Si soy sincera, tengo un truco bastante malo, pero útil. Se trata de no darse por vencido, de sacar la barra de pegamento cuando todo va mal y pegar entre sí todos los trocitos de sueños que encuentres rotos en el suelo de tu vida, porque aunque nunca volverá a ser la cristalina estructura perfecta que fue, es mejor tener media ilusión que ninguna.

Salvo unos pocos poetas y monjes iluminados retirados en lo alto de un monte, los demás sí tenemos nuestras ilusiones. Es más, no es que las tengamos, es que las necesitamos, porque las ilusiones alimentan nuestros sueños, nuestras esperanzas y nuestras vidas como una bebida energética con dosis extra de cafeína.

Así que, amigo mío, olvida cuando te sientes tan absurdo por no saber que decir, olvida las cobardías y la pesadumbre, y piensa que sólo el que nada espera nunca sufre desengaños.

[Xidre]

No hay comentarios: