martes, 22 de diciembre de 2009

Ver, oír, hablar, oler, sentir.

Sangre transparente brota de sus ojos; sangre, porque cada lágrima es tan agónica como un último latido de un corazón joven. Agacha la cabeza, avergonzada, y contempla sus pies. Está tan acostumbrada a mirar hacia abajo, sin atreverse a clavar su mirada en aquellos que la miran, que las baldosas del suelo ya casi parecen sus viejas amigas.

El reproductor de música suena para unos oídos sordos; ya sabes que a veces la tristeza y la autocompasión nos sumergen tan profundo que nuestros sentidos se atrofian y la realidad parece tan lejana y frágil como un sueño. No oye lo que quiere oír, tampoco lo que debe, sólo escucha los lamentos que gimen en su interior, pugnando por salir.

No habla, ¿para qué? Siente como si cada una de sus palabras se desvaneciese antes de ser escuchada, como si intentar salir de un agujero sólo significase impulsarse más hacia adentro. No malgasta su voz, nunca fue derrochadora. Su mente grita desde dentro, grita tanto que la hace enmudecer, temerosa de chillar todo lo que siente, lo que guarda tan celosamente en esa cajita, bajo llave.

En la cocina alguien prepara algo que debería oler bien. Debería, porque ella no puede percibirlo: su ambiente sólo huele a tristeza, a traición, a desesperación. Ojala con taparse la nariz y dejar de percibir esos aromas desagradables acabase todo.

Hace frío. Lo sabe, pero no lo nota. Por la ventana abierta entra una brisa que mueve las cortinas blancas, las zarandea, y su pelo ondea al compás. Pero su piel no parece darse por aludida, ha olvidado cómo sentir el tacto del frío, de la brisa, de la suavidad congelada.

Y entonces, calor. Eso sí lo percibe. Una mano cálida acaricia su brazo desnudo, con cuidado, con una delicadeza sutil e impropia que le hace reaccionar. Se gira, sintiendo escalofríos en su piel, tan poco reacia de pronto al contacto.

Se ve envuelta por un aroma extraño, dulce, y cierra los ojos para dejarse llevar por ese olor que hace promesa de no traer consigo amarguras ni dolores. ¿Tristeza, traición, desesperación? ¿Dónde quedó todo eso? Ahora es algo mucho más amable y agradable lo que la envuelve.

Sus labios se mueven, ansiosos, pero no pronuncian sonido alguno, su voz se ha oxidado por el desuso. Se lleva las manos a la garganta, incrédula: jamás pensó que eso podría ocurrir. Entonces esa calidez que le ha hecho despertar de su letargo acaricia su garganta, ella inspira su aroma, sus cuerdas vocales se suavizan. Sólo una palabra, la primera en mucho tiempo, mece las ondas de sonido de la habitación:

- Gracias.

No hay respuesta, tampoco es necesaria. Sus oídos se han centrado ahora en un sonido nuevo, fascinante, que nunca se había detenido a escuchar. Pum-pum, pum-pum, pum-pum. Un golpeteo necesario, vital, pero con una belleza que ella nunca se había detenido a paladear, que nunca había sabido apreciar. Pum-pum, pum-pum. Ahí estaba otra vez, era aquel ritmo el que borraba, con extraña regularidad y hermosa cadencia, cada gramo de autocompasión que atenazaba todo su ser.

Abre los ojos y le ve allí, arrodillado en el suelo junto a ella. Su mano reposa sobre su cuello, donde antes había sanado una milésima parte de su dolor. Sus ojos oscuros, increíblemente profundos, no se dejan avasallar por los pozos de llanto que representan los de ella. Se acerca más, y en la mente de la chica se forma una espiral como un torbellino, que va absorbiendo toda la infelicidad y lanzándola por un sumidero que ella desconocía. No puede pensar en nada, pero da igual, porque respirar ya no duele.

Los ojos de él la atrapan, la arrastran lejos, donde puede perderse, pero se siente protegida. El latido de los corazones de ambos se entremezcla en sus oídos, creando una melodía cada vez más hermosa y acelerada. La voz de él es como un bálsamo, y ella prueba a hablar también, sabiendo que al hacerlo ya no podrá parar, ¡tiene tanto que contar! El silencio llega de nuevo cuando él se inclina aún más hacia su rostro, y el aroma cálido del chico la envuelve, haciendo que ella sienta un febril deseo de acercarse más y aspirar más fuerte, más profundo. Y entonces llega el beso, tan suave y lento como hermoso, tan increíble y a la vez tan predecible. Ella siente como su piel se electriza al sentir el contacto de él, cómo el vello de su nuca se eriza al son del roce de sus labios.

Sus cinco sentidos, aunados repentinamente, se zambullen ahora en ese sentimiento fiero y a la vez sutil, mal llamado amor, que sublima la agonía hasta hacerla deseable. Es un secreto, pero que sepas que a veces para salir de ese agujero negro que te has ido cavando, sólo necesitas hundirte un poco más para salir por el otro lado. Toda moneda tiene su doble cara, pero en ambas da la luz, de una u otra forma.


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Bueno, poco a poco hay que recuperarse, ¿no es así?
Xidre.