lunes, 9 de febrero de 2009

Nunca más...

Increíble. ¡Yo escribiendo!
Y más increíble aún es que me haya inspirado mientras intentaba escribir una redacción sobre la película La Ola (que, por cierto, recomiendo, xD). La verdad es que últimamente no sé que me ha pasado, pero me ponía ante una página de word en blanco, o incluso abría mi cuaderno azul y... no era capaz de escribir absolutamente nada. Nada, ¡ni siquiera una absurda nimiedad, n-a-d-a! Yo, la que se pasó todo un curso luchando contra la tentación de pasarse todas las clases de biología escribiendo... Yo, la que siempre ha sabido que esta era su única manera de liberación.
Por fin, aquí estoy, con un texto que no merece demasiado la pena, pero que me ha ayudado a recuperarme a mí misma. vuelvo a ser Xidre... y espero que por mucho tiempo. =)
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Aquella mañana había llovido, pero cuando ella llegó a casa sólo quedaban nubes negras en el cielo y pequeñas gotas en la hierba del jardín. Todo parecía normal, pero el ambiente le dijo que algo fuera de lo normal se avecinaba.

Como cada tarde, había rondado por la casa sin saber muy bien qué hacer, buscando algo que llamase especialmente su atención. Y entonces... entonces había sonado el timbre de la entrada. Su corazón se había agitado con desesperación mientras su deseo latía lentamente en su cabeza: quizá Dylan había regresado. Era inevitable. Cada vez que oía el característico din-dong de la puerta, corría hacia ella esperanzada.

La pesada hoja de madera que separaba el salón del jardín se movió con demasiada lentitud mientras tiraba de ella con todas sus fuerzas. Sus ojos relucieron con sólo ver la figura de un hombre alto vestido de uniforme, y estuvo apunto de lanzarse a los brazos... de un completo desconocido.

- ¿Quién...? ¿Quién es usted? - alcanzó a balbucear, confusa.
- ¿Mary Adamson?
- Sí, claro - contestó con lentitud, al detectar cierta solemnidad en la voz de él.
- Mi nombre es Paul Garsten. Soy... Bueno, era... compañero de su marido, Dylan Adamson. Señorita, yo... lamento comunicarle que Dylan... ha muerto.

Sus palabras sonaron lejanas para Mary, cuya mente no era capaz de responder. Había vivido dos años alimentándose de sueños, de ilusiones... y ahora tenía la absoluta certeza de que habá sido en vano. Dejar a Dylan marchar había sido un error... irreparable. Porque estaba muerto, ¡¡muerto!! ¿Había ahora vuelta atrás?

Los sueños, las ilusiones que la habían ayudado a caminar día tras día durante aquellos dos años de agónica espera, todas aquellas esperanzas sobre las que había construído su mundo, se derrumbaban con dolorosa lentitud, y no podía pararlo. Fue como si su corazón dejase de latir durante unos segundos, mientras oía un "clic" en su mente. Muerto. Dylan, su Dylan, la única razón de su existencia, muerto.

Él había sido su sostén, el muro de carga de su palacio de ilusiones, el estímulo que provocaba su sonrisa, la luz que se reflejaba en sus ojos. Todo, y sin todo, no queda nada. Cuando llegó a esa conclusión, cuando las piezas del puzzle de la desesperación encajaron en su mente, Mary, la Mary a la que el mundo había visto nacer, se hundió en las profundidades del dolor junto con lo que había sido su vida.

- Lamento tener que darle estas noticias... Yo... Apreciaba mucho a Dylan y... también lamento su muerte...

El joven militar, confuso por la falta de expresión en el rostro de la joven que tenía ante sí. No se había operado ningún cambio perceptible en ella: seguía en la misma postura rígida que había adoptado al verle, sus labios sonrosados no se habían movido... Pero supo que ya no estaba ante la misma persona cuando contempló sus ojos. Velados por el llanto, se habían oscurecido hasta perder su color azul. Negros, eran negros... como su nuevo mundo.

Sin saberlo, aquel hombre contempló el fin imperceptible de una vida, otra más, víctima de una guerra ajena.

No hace falta que el corazón deje de latir para estar muerta. No hace falta dejar de respirar. Sólo basta con dejar de formar parte de este mundo, perderte a tí misma y no poder recuperarte - pensó Mary. Un velo de lágrimas empañaba sus ojos mientras contempaba como su mundo caía hacia las profundidades del abismo, arrastrándola consigo, y supo que jamás podría volver a ascender a la superficie. Mary Adamson había dejado de existir, sus ojos jamás volvieron a brillar. Quedó sólo un cuerpo, una superficie silenciosa y solitaria, en su memoria.

Aquella mañana había llovido, pero cuando ella llegó a casa sólo quedaban nubes negras en el cielo y pequeñas gotas en la hierba del jardín. Todo parecía normal, pero nada lo era... Porque la chica que abría la puerta de entrada ya no volvería a sentir nada... NUNCA MÁS.