jueves, 23 de octubre de 2008

Amanda...

Hola!

Mmmh... Bueno, como podréis comprobar, si no hace más de mil años que no pasáis por aquí [ ;) ], me he tomado la libertad de suprimir la última entrada que había publicado en el blog, titulada Ireth, el ángel del bosque, al igual que hice (concretamente cinco minutos después de publicarlo) con su segunda parte.
Espero que no sea una supresión definitiva, y que, con un poco de tiempo, pueda limar todos esos fallos que le encuentro a ese relato. Quizá no tardéis mucho en volver a verlo por aquí... Quien sabe.

Y ahora, sin más dilación, os dejo aquí una tontería (por que es que no tiene otro nombre) que escribí en un momento un poco emotivo. Espero que os guste, como siempre.
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Sólo se oían gritos, quejidos de dolor y palabras inconexas en los aullidos desesperados de las pocas personas que habían sobrevivido. Cerca, una mujer abrazaba el cadáver de su marido, ya muerto, mientras chillaba al viento su nombre; a lo lejos, una niña pequeña, con las lágrimas recorriendo su carita sucia, buscaba a su mamá entre la gente.

Recuerdo todo esto como si hubiese sido ayer mismo, y también tengo muy presente el agudo sonido de mi móvil cuando, mientras yo observaba uno de los mayores horrores vividos por la humanidad, mi familia llamaba para comprobar que seguía viva. Y lo estaba. Lamentablemente, lo estaba.

Me dolía algo, pero no me sentía capaz de identificar cuál era la parte exacta de mi cuerpo que había sido dañada, y tampoco podía mirarme a mí misma. Lo último que se me habría ocurrido en aquel momento, al contemplar el poderoso sufrimiento ajeno, al ver el alcance de la tragedia y sentir esa sensación sobrecogedora que provoca la unión entre el horror, el dolor y la compasión, era pensar en mí misma.

Y puedo asegurar que no es un sentimiento heroico, ni el deseo de autoproclamarme solidaria o compasiva, lo que me lleva a explicarlo así… Pero cuando uno ha visto, con sus propios ojos y en el lugar del suceso, cómo un hombre al que la explosión le había privado de una pierna, y cuyas heridas sangraban más de lo que yo consideraba posible, se arrastraba por el suelo hasta un niño de cabello dorado, su hijo, que lloraba con desesperación, y lo abrazaba para consolarlo. Si alguien ha contemplado semejante imagen alguna vez, comprenderá ese dolor infinito que te transmite, y esa macabra belleza que posee la escena. Mas no, no recomiendo a nadie que viva algo parecido, ni le deseo tal cosa.

Ojala pudiese decir que en esos momentos uno se alegra de estar vivo… Y, como en las películas, hasta se ve dispuesto a ayudar a los demás. Pero no, lo que se siente es un extraño distanciamiento de la vida, como si pudieses verla de lejos, como si algo te dijese que debes apreciarla porque tienes una nueva oportunidad… Pero en realidad yo, y hablo por mí, no quería tenerla. Sólo cabía en mí una pregunta, al verme rodeada de cadáveres, de ceniza, de polvo, de edificios y coches ardientes: ¿por qué yo tengo que sobrevivir y toda esa gente, todas esas mujeres, esos niños, esos jóvenes, esos hombres y, por qué no, esos ancianos, han de perecer aquí, de esta forma tan injusta?

Hay una imagen que recuerdo muy por encima de todas. Una imagen que, pese a no ser tan conmovedora como las nombradas anteriormente, ni tan macabra como muchas de las que me niego a narrar, me acompaña en muchas de mis pesadillas: un hombre joven, de poco más de veinticinco años, gritaba algo a lo que al principio ni siquiera le encontré significado. Luego lo entendí, y era una sola palabra repetida de manera incesante: Amanda…


Me acuerdo de que el joven se acercó a otro hombre que, estando claramente en estado de shock, le miró como si no le viese.

- ¡Oiga! – le chilló - ¿Ha visto usted a Amanda?
- ¿A…manda? – repitió el otro.
- Es una mujer rubia, tiene veintidós años, no es muy alta, y… está embarazada. ¿La ha visto?
- ¿A…manda?

La cara de preocupación, de angustia y de desesperación, las tres entremezcladas, que mostraba el joven hizo que se me encogiese el corazón. Le seguí con la mirada, preguntándome cómo acabaría su historia con su, probablemente, joven esposa Amanda. Pero no lo supe entonces, ni lo sabré nunca. Sólo queda en mis recuerdos una obra de un único acto y una única escena, en la que el excepcional actor se perdió entre la multitud llamando a gritos a su amada: Amanda…
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Bueno, un beso, posibles lectores, xD.

Xidre

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miércoles, 7 de mayo de 2008

Emma (El Sacrificio)

Holaaaa!!!!

Lo mío es serio, se me olvida actualizar esto tan a menudo... ¡Qué desastre de persona estoy hecha!
Pero bueno, hoy no he venido aquí a autocompadecerme o a disculparme. Traigo textos frescos (como carne fresca, XD).
Esto se me ha ocurrido hoy en el museo del Prado (me aburría, lo sé) y he aprovechado ahora que tenía un rato para escribirlo y colgarlo... Ya me diréis qué os parece, ¿ok?
Venga, pues allá va.
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Negras capuchas cubrían sus rostros, y se prolongaban en largas capas aterradoras. Todo estaba en penumbra, pero ello no me evitaba intentar escapar de sus manos blanquecinas extendidas hacia mí.

Me buscaban, me llamaban, me querían a mí... Pero algo me decía que era mejor no saber para qué.

Árboles altos y oscuros pasaban a ambos lados de mi cuerpo, casi rozándome, mientras corría por el bosque. Nunca había sido muy rápida, pero al saber que mi vida dependía de ello me esforcé como nunca lo había hecho.

De pronto, los árboles comenzaron a escasear, y finalmente se abrieron en un claro ante mí. ¿Un claro? No, qué equivocada estaba. Se trataba del fin del bosque… De un barranco que me cerraba el camino.

Me invadió entonces la desesperación, mientras jadeaba en busca de aire. Estaba acabada… Pronto llegaron hasta mí, aún con aquellas manos de un blanco enfermizo llamándome. Sus voces, coros de ultratumba, repetían sin cesar una sola palabra… Emma.

- ¿Qué queréis de mí? – chillé cuando vi cómo me rodeaban.

No recibí respuesta alguna, pero dos de los fantasmagóricos individuos se acercaron a mí lentamente… Su cercanía me asustó, y di un paso hacia atrás, sabiendo que el precipicio ya no quedaba lejos. Sus capas negras oscilaban alrededor de sus pies, haciendo que pareciera que levitaban en vez de andar.

- Eres el Sacrificio…
- Sí, nuestro Sacrificio…
- Debes morir…

Les miré, horrorizada. ¿Iban a matarme? ¿Por qué? Las rodillas comenzaron a temblarme, me sentía débil y vulnerable. Las dos negras figuras se alzaban ante mí en medio de aquel ambiente en el que no recordaba haber estado, amenazantes, y de pronto reparé en que conocía aquellas dos voces.

El más alto tiró de su capucha hacia atrás, dejando ver el rostro de un chico de diecisiete años, rubio y de ojos verde-azulados. A su lado, la otra persona me mostró dos gigantescos ojos castaños y una llamativa melena pelirroja que enmarcaba su rostro de niña.


- No… - sollocé. Aquello no podía estar ocurriendo… Eran mis mejores amigos, ¿qué daño querrían hacerme ellos?
- Es por tu bien… Vas a ir a un lugar mejor, Emma – suspiró la pelirroja.
- Liza… - supliqué.
- Anda, ven – dijo él, tirando de mí.

Ya todo me daba igual, y me dejé llevar. Me acercó a su cuerpo y, tras darme un beso en la frente, me colocó junto a la que había sido mi amiga, que me tomó la mano y colocó mi muñeca hacia arriba.

- Levanta la cabeza y muere con dignidad, pequeña… Los dignos llegarán al paraíso – recitó el rubio.
- No… - no era capaz de decir otra cosa, llorando, mientras se avecinaba el fin de mi vida.

Liza alzó el cuchillo de plata que empuñaba y cortó mis venas. La sangre comenzó a fluir…
***

Me desperté gritando, empapada en un sudor frío. Últimamente las pesadillas asolaban mis sueños con más frecuencia de la normal... Las pocas noches que conseguía dormir algo, despertaba chillando como una histérica después de un sueño aterrador. Y siempre el mismo, además…

Miré el reloj: las cinco. ¡Tan sólo había dormido dos horas! Suspiré y me arrebujé bajo las mantas, esperando encontrar la paz y el calor suficientes para un sueño reparador… Aunque sabía de sobra que no iba a conseguir dormirme de nuevo.

Las dos horas que faltaban para que tuviese que levantarme pasaron despacio, con fría tranquilidad. Y yo, desesperada, intenté todas las formas que conocía para conciliar el sueño, incluido contar ovejas, cosa que siempre había considerado estúpida…

Finalmente, a las siete en punto el agudo sonido del despertador se hizo hueco entre las mantas y la almohada que me cubría la cabeza para llegar a mis oídos. De mal humor, como todas las mañanas desde hacía casi seis meses, lo apagué y me puse en marcha.

Me dejé arrastrar por la rutina, moviéndome por inercia. A las ocho menos cuarto ya estaba preparada y, tras coger la mochila llena de libros, abrí la puerta de salida y abandoné mi cómoda y cálida casa para enfrentarme al frío polar que hacía fuera.

El instituto no estaba lejos, a un par de calles, pero me dio tiempo a quedarme en estado de semicongelación. Pasé la verja de la entrada frotándome casi con desesperación las manos para hacerlas entrar en calor, pero sirvió de poco.

Una chica pelirroja, algo más baja que yo y con una sonrisa gigantesca me esperaba apoyada en el muro del edificio que era nuestra prisión, fumando.
- Deberías dejar el vicio, Liz. Luego hueles a tabaco durante horas – le reprendí.
- Vale, mamá – me respondió en tono burlón.

Sonreí. Cada mañana ocurría lo mismo: acudía al colegio con cierta tensión interior, preocupada por mi sueño, y vigilaba la forma de actuar de mis amigos. Siempre me sonreían, gastaban bromas, hablaban sin parar, y me convencía a mí misma de que podía respirar tranquila.

Miré a mi alrededor, buscando a mi querido amigo rubio, Kevin, y al final le vi aparecer por la derecha. Llevaba su deslumbrante sonrisa pintada en la cara, y cuando llegó hasta nosotras se ensanchó aún más.

- ¿Qué tal, mis niñas?
- Tus niñas, no sé. Nosotras, bien – replicó Liz.

De nuevo sonreí ante su tonillo burlón, y Kevin me miró, sorprendido.

- Se te ve radiante, Em. ¡Hasta feliz! ¿Te encuentras bien?

Le saqué la lengua, divertida y feliz al mismo tiempo. No había de qué preocuparse.
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Bueno, es larguillo... Pero no muere nadie, XD. ¡Lo prometido es deuda! XDDD
Espero que os guste.
¡¡Besos!!

...............-¨{Xid}¨-.................

sábado, 1 de marzo de 2008

El asesino de ojos verdes

Buenas!!

No sé como puedo llevar tanto tiempo sin pasar por aquí y sin colgar nada... Lo sé, soy un desastre, pero lo peor es... ¡¡que no tengo nada nuevo que colgar!! Soy terrible...
Por tanto, he decidido dejar aquí el primer capítulo de lo que iba a haber sido una historia. Lo escribí hace tiempo, y algunas y alo habeis leido, pero creo que, aunque es realmente penoso, es una de las cosas que he escrito que más me gusta. El asesino de ojos verdes... O la asesina de ojos verdes, es difícil saberlo. Como comprobaréis, está escrito para no desvelar en ningún momento si el/la protagonista es él o ella.
¿Por qué? Pues porque de eso se trataba... Se supone que durante la historia no se iba a saber quién era exactamente el asesino (o la asesina, insisto) hasta el final... Me gustaba esa historia, lástima que no fuese capaz de continuarla.
Pues aquí está:
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Sus ojos negros me lanzan una mirada de desesperación, está aterrorizado, y ambos lo sabemos. En sus profundos ojos, como un pozo negro sin fondo, puedo ver el miedo, miedo a la muerte. Sabe perfectamente que le quedan escasos segundos de vida, conoce su destino… Pero no quiere aceptarlo. Tiembla, suda, y dos lágrimas recorren sus mejillas marcando dos claros surcos en ellas. El hombre cae al suelo y me mira, suplicante.

- No me mates – pide. Puedo sentir su terror como si fuese mío, pero no dejo que me influencie -. Puedo pagarte a cambio… Pero no me mates, por favor…

Pobre hombre. No sabe que la suma que me van a pagar por su asesinato es, por así decirlo, exorbitante. Vuelvo a mirarle, y puedo ver como sus hombros se encogen, acompañando a un sonoro sollozo que sale de sus labios.

¡Quién me iba a decir a mí que vería llorar a un hombre así! No tiene aspecto de ser tan sensible, más bien diría que es uno de esos ejecutivos duros y crueles. Es un tío de unos cuarenta y tantos años, puede que incluso llegue a los cincuenta. Su cabello, encanecido, no es más que un triste recuerdo de lo que antiguamente debió ser: una maraña de abundante pelo negro. Y sus ojos… Sus ojos, del mismo color que el ébano, me transmiten un terror tan enorme que nunca creí que vería.

- Dime – murmura con esfuerzo -. ¿Cuánto dinero quieres?

Yo no estoy aquí para hablar, así que no contesto. No me pagan por mantener agradables conversaciones con mis víctimas, precisamente. De pronto, oigo pasos fuera del despacho donde nos encontramos, y le hago un gesto a este hombre para que no haga ruido. Asiente, me ha entendido, e incluso aguanta la respiración.

- ¿Fred? – pregunta alguien desde fuera -. ¿Pasa algo?

El hombre me mira, asustado. Aguanta mi poderosa mirada de color verde esmeralda con gesto nervioso, y después contesta.

- Va todo bien, Henry. No te preocupes.
- ¿Necesitas ayuda? – inquiere Henry.

Niego con la cabeza y dirijo el arma que sostengo hacia la puerta para luego volverla a apoyar en la sien de mi futura víctima. Él entiende lo que quiero decir: que como su amiguito abra la puerta, me lo cargo.

- No, no necesito ayuda, Henry. Va todo bien, perfectamente – este hombre está muy nervioso y traga saliva. No cree haber sonado convincente.
- ¿Seguro?
- Sí, seguro. Vete, anda. Paul dijo que tenía muchísimo trabajo, quizá puedas ayudarle a él.
- Uff, ¿sabes una cosa, Fred? En esta oficina parecemos todos unos malditos adictos al trabajo. ¡Son las diez de la noche y aún seguimos aquí!

Dios, el tal Henry me está hartando. Sería fácil hacerle pasar y liquidarlo para que no dé más problemas y cierre esa boca de buzón, pero el tío que me paga lo dejó bien claro: sólo un cadáver, si no, no se cobra. Así que tendré que confiar en que Henry se vaya.

- Ayuda a Paul y saldremos antes, Henry – le dice Fred, con voz cansada.
- Está bien. Hasta luego, Fred.

El pesado de Henry se va, y nos deja a solas a Fred y a mí. Pobre Fred, no parece un mal tío, pero alguien quiere verle fuera de juego. Me pregunto qué habrá hecho.

- Yo no he hecho nada – musita él, como si me hubiera leído el pensamiento -. No me mates… Te lo ruego… Haré lo que sea…

Lo siento, pero esto se está alargando demasiado para mi gusto, y yo no puedo más. Tengo que acabar mi trabajo aquí, y sólo existe una manera de dar por zanjado el tema…

PUM. Un solo disparo, casi encubierto por completo gracias al silenciador, y adiós a Fred Barclays. Me doy la vuelta y salgo de la misma forma que entré: por la ventana.
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Me he dado cuenta de una cosa: por todo lo que he colgado parezco un poco.... ¿sádica? XDDD No soy así, y prometo que en lo próximo que ponga no morirá nadie, ¿vale? XD

Besos!!
........-¨{Xidre}¨-.............

miércoles, 16 de enero de 2008

... El final de una vida, de una historia...

Y he aquí, por fin, después de tanto tiempo, lo prometido: ...un triste final... narrado por el chico. Aquí está, para y por todos aquellos que me habéis alegrado el día pasandoos por aquí. Gracias, y va en vuestro honor.

Aquellos ojos se clavaron en mí, asustados. Supe entonces que aún se preguntaba si aquello era un sueño, si yo era real. Apartó la mirada, una mirada tensa en la que sentí que todavía me amaba… Pese a todo el daño que yo le había hecho, pese a que le había roto el corazón muchas veces, ella aún sentía ese amor tan fuerte por mí. ¿Cómo podría matarla, entonces? ¿Cómo iba a ser yo capaz de dañar a aquel ángel de ojos verdes? No, no debía dejarme llevar por mis sentimientos ahora: mi misión era muy clara: “Mata a la chica –había dicho Ahira-. Sólo así recobraremos el equilibrio entre ambos bandos, sólo así recuperaremos nuestro antiguo poder… Sólo así podrás volver a ser tú mismo. Ella es la causa de todos los males”.

Sí, Ahira tenía razón, yo ya sabía que por culpa de esta chica todo estaba cambiando, y sin embargo no podía dejar de admirar su fuerza, su belleza. Alcé la mano y cogí con ella su barbilla, aprovechando para acariciar su piel blanca y suave. Tuve que obligarla a levantar la cabeza, y me sorprendió no encontrarme con más resistencia que la que pondría una niña pequeña, no ella. Aquello me hirió: ¿tanto daño le había hecho yo ya como para dejarla en aquel estado?

Me zambullí entonces en sus ojos, antes cálidos y llenos de una energía difícil de manejar, pero sólo encontré un pozo lleno de dolor, de recuerdos… Y de miedo. Se puso a temblar, y entendí que realmente sí era yo el causante de todo aquello, que la había destrozado por completo… El puñal que yo mismo sujetaba contra su cuello se me hizo entonces pesado, muy pesado… ¿Me atrevería a apretarlo al final o vencería mi amor por ella? “No seas débil –susurró entonces la voz de Ahira de nuevo en mi cabeza- Oh, vamos, no es más que una niña asustada… Confío en ti, sé que serás capaz de llevar a cabo tu misión”.

- Princesa... - susurré.
- No me llames así - se quejó, casi molesta, pero sobre todo dolida -. Mátame ya, pero no me hagas sufrir de esta forma. No puedo soportarlo...
- Eres tan hermosa... - murmuré, sin poder evitarlo. ¿A quién iba a escondérselo? Yo todavía la quería mucho, y supuse que se habría notado en mi voz, pero ella no pareció haberse dado cuenta- Matarte es un crimen horrible, pequeña. No sabes lo que vales, nadie lo supo ver nunca... Sólo yo, que irónicamente voy a ser tu asesino, entendí quién eres, por qué debes morir aunque seas el ser más perfecto que ha pisado nunca este planeta, entendí por qué te amaba tanto…
- Mátame - suplicó, y algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas, cálidas -. Pero no me hagas esto... Si algún día yo signifiqué algo para ti, evítame este sufrimiento.
- ¿Te preguntas si significaste algo para mí? ¿Si te quise? - exclamé, furioso. ¿Cómo podía atreverse a pensar que no la amé más que a mi propia vida? - ¿Cómo puedes dudarlo?
- Lo dudo, sí - musitó, y el llanto quebró su resistencia, venciéndola por fin -. Me has hecho tanto daño...

Sus palabras rompieron mi corazón, resquebrajándolo. Sí, yo ya sabía que le había hecho un daño irreparable, que había cometido un gran crimen… ¿Pero acaso tenía otra opción? O la dejaba, mintiéndola y rompiéndole el corazón, o me quedaba con ella y Ahira nos mataba a ambos. Dejarla había sido lo mejor… Pero entonces había surgido el problema que yo no me esperaba: no contaba con que Ahira decidiría matarla en cuanto yo me alejé de ella, y mucho menos con que, confiando en mi lealtad, me encomendaría a mí el asesinato. Finalmente resultaba que en vez de salvar a la mujer que amaba la había condenado a muerte… Y debía matarla con mis propias manos.

- Era necesario que me odiases, pequeña – susurré -. Tienes que odiarme para que no me duela a mí –mentí. Era mentira, una de las más grandes que había dicho: ¿Cómo no iba a dolerme a mí?
- Eso es muy egoísta, ¿sabes?
- Siempre supiste que yo era egoísta – le recordé, sin poder evitar una sonrisa.
- Y siempre tuve la esperanza de poder cambiarte – contestó, y supe que ella no tenía fuerzas para sonreír.

Realmente me habría gustado que lo hubiese hecho: ver su sonrisa, aquel resquicio de luz al que me había aferrado siempre para no caer en mi propia oscuridad, habría sido maravilloso. Oh, no. Me estaba dejando llevar por mi amor por ella. ¡No! Tenía que ser cruel, fuerte, insensible; debía enfrentarme a esa misión como si fuese otra cualquiera.

Esforzándome por parecer frío y distante, sonreí e hice un gesto de aburrimiento.

- Dejemos la charla. Pero antes permíteme decirte algo, pequeña… Eres la única mujer a la que he amado, la única por la que entregaría mi vida. No lo dudes nunca.
- ¿Acaso voy a tener tiempo de dudarlo? – dijo, y la voz se le quebró un poco a causa del llanto que inundaba su mejillas.
- No llores, princesa – verla llorar me rompía el corazón -. No hay lugar en este mundo para las lágrimas de un ángel… Por favor, no llores – supliqué, sin poder evitarlo.

Me miró, y pude entrever en sus ojos un reflejo del torbellino imparable que había sido cuando me lanzó molesta una mirada ofendida.

- Además – susurré, intentando picarla, intentando hacerla despertar del letargo en el que parecía sumida -, ¿desde cuándo lloras tú? ¿Ahora te da miedo morir? ¿Qué ha pasado con la terrible guerrera a la que conocí?
- Nunca le tuve miedo a la muerte – replicó, muy seria -, y menos ahora que se presenta definitivamente ante mí. Sabes que siempre acepté mi destino, aunque ello no significa que no intentase cambiarlo. Sin embargo ahora… no lloro por mi muerte, sino por mi asesino.
- No eres tú la única que sufre, princesa –me sinceré, aunque luego me arrepentí y añadí, procurando parecer frío -. Hay una parte de mí que morirá contigo y ambos lo sabemos. Matarte es como matar al último resquicio de humanidad que me queda…

Deseé con todas mis fuerzas que contestase. Una parte de mí pedía a gritos que me llamase mentiroso, que me dijese que sabía perfectamente que nada de todo aquello era verdad, aunque eso complicase las cosas. Sin embargo, bajó la mirada casi con ¿sumisión?

Suspiró, casi imperceptiblemente, aún intentando agachar la cabeza. Le acaricié la mejilla con un sentimiento de horror y culpabilidad atenazando mi pecho, recordándome que yo la había destrozado… ¿En qué parte de su mente había quedado su personalidad de guerrera hecha de roca? ¿Por qué no la sacaba y me demostraba que me estaba confundiendo? Una palabra suya, en aquel preciso instante lo habría cambiado todo… Si me dijese lo que yo había oído alguna que otra vez de sus labios, juro que habría apartado el cuchillo de su cuello, la habría ayudado a levantarse y la habría defendido con mi vida. Pero no dijo nada y cerró los ojos, aquellas luces que antes me guiaban para que no perdiese por el mar de la duda… Donde estaba ahora, ahogándome. Y ya nadie iba a salvarme. No había compasión en ningún corazón para mí. Ni siquiera en aquella que había sido mi sol y mi luna… En ella.

Supe que lo que estaba apunto de hacer sería un error, pero no pude evitarlo. Me incliné hacia ella, y acaricié sus labios con los míos durante apenas un segundo o dos, no más. Suficiente como para condenar a mi alma a una muerte dulce. Fue nuestro último beso, y sin embargo, el más tierno y frío de todos a la vez. Una despedida entre dos almas moribundas: la mía, de la que sólo quedaba un pequeño trozo que aún palpitaba por ella, y la suya, rota en mil pedazos sangrantes. Y yo era el causante de toda aquella destrucción… Pero, ¿qué podía hacer ahora para remediarlo? Nada. El mal ya estaba hecho, no había vuelta atrás, sólo quedaba, después de la despedida… El final.

Aquellas dos palabras en mi mente rompieron todo lo que aún quedaba dentro de mí: los restos de mi alma perecieron, llevándose mi corazón con ellos y convirtiéndome en una cáscara fría y sin sentido. Un cuerpo sin alma, una vida sin significado. Me encontré entonces con su mirada horrorizada, pero ya no produjo ningún sentimiento en mí… Ya no podía sentir nada.

- Ya no queda nada que tenga valor para mí en este mundo – jadeó -. Mátame, te lo ruego.

No, me había confundido. Aún podía sentir algo… Pena, pena y más pena, acompañada de un dolor tan inhumano como lo que hice a continuación. Apreté mi puñal contra su cuello… Y vi como en un segundo el brillo de sus ojos desaparecía. Yo moriría con ella, así todo sería más fácil… No tardaría demasiado en seguirla.

Allí estaba, el final, nuestro final… La triste forma de acabar de una historia que había comenzado con odio, luego con amor… Un amor por el que nos habíamos arriesgado, y así habían acabado las cosas… Con muerte. ¿Pero no es acaso esa la forma en que todo termina? La muerte, eso es. Es el final de una vida, de una historia que jamás podrá volver a ser vivida por nadie… Porque nuestra existencia fue única, y jamás oirás a ningún ser, de cualquier mundo, narrar algo parecido a esto.

Pero ahí, con el final, llegaba la parte más difícil de todas… La despedida… Porque su vida se apagaba entre mis brazos, y supe que había llegado la hora de decirle aquello que siempre había querido escuchar y que nuca había oído, al menos no con esas palabras…

- Adiós, mi vida – suspiré -. Siempre te he querido… Y siempre te querré.

Y era la verdad. Nuestra verdad, el símbolo de toda nuestra vida… Y también, como no, de nuestra muerte.

he kiss me

...-¨{Xidr3}¨-...