martes, 6 de abril de 2010

El estremecedor valor de lo superfluo.

Recuerdo cuando Mani vino a visitarme, hace algunos años. Para la ocasión, adoptó un aspecto infantil, el de un niño de unos doce años, rubio y sonrosado, con brillantes ojos llenos de inocencia. Encantador, de no haberle conocido desde hace más de un siglo.

Acostumbrado a vivir en Harika, mi hermano miraba con maravillada sorpresa todo lo que se ponía ante sus ojos. Nueva York le fascinó hasta tal punto que me juró que se quedaría conmigo para siempre, y admito que yo me lo llegué a creer.

Sin embargo, una tarde las cosas cambiaron, y decidió marcharse para no volver. El simple recuerdo de la escena que se desarrolló ante mí me hace sonreír… A mí me hace gracia, porque la situación fue bastante cómica, y porque ver el rostro inocente que había escogido Mani lleno de ofendida frustración fue de lo más placentero… Pero a vosotros, humanos, debería preocuparos.

Aquella tarde habíamos salido de compras. Tuve que salvar a Mani tres veces de ser arrollado por algún conductor nervioso, porque el muy imprudente se lanzaba a toda velocidad y sin mirar por los pasos de cebra. Es curioso, pero creo que cuando vine a vivir aquí yo hacía algo parecido… y que después de un par de dolorosos atropellos, me aprendí la lección.

La cuestión es que Mani, temerario por naturaleza, se negaba a escucharme y a creer que podía haber algo malo en aquel “mundo de ensueño”, como él mismo lo denominaba. Atravesamos medio Manhattan, y en la quinta avenida le arrastré por algunas tiendas. En una de ellas, mi hermano se enamoró completamente de una gorra, y, convencido de que era la prenda que mejor le había sentado en su vida, se dirigió con ella a la caja.

La dependienta le sonrió con educada frialdad, le arrebató la gorra de las manos, la metió en una bolsa y extendió la mano hacia él.

- Veinte dólares – pidió.

Mani la miró sin comprender durante un rato. Luego, lentamente, esbozó la mejor de sus sonrisas. Yo me acerqué entonces, prediciendo la confusión de mi hermano y buscando los veinte dólares en mi bolso. Mientras tanto, la dependienta, impaciente, frunció los labios.

- ¿No tienes los veinte dólares? – le espetó.

Mientras tanto, Mani seguía sonriendo espléndidamente.

- ¡Niño! – exclamó la mujer, para que él reaccionara.
- Sí los tiene, sí – intervine, entregándole el dinero.

Mi hermano borró su sonrisa de un plumazo y me observó con incredulidad.

- ¿Qué haces? – inquirió, receloso.
- Pagar – suspiré mientras recogía su compra y le arrastraba de mano hacia el exterior.
- ¿Con qué? – exclamó, zafándose y lanzándome una mirada de reproche.
- Con dinero – dije, poniendo los ojos en blanco.

Recuerdo el horror y el gesto ofendido que se dibujaron en su rostro.

- ¿Qué? ¿Qué tipo de mundo es este en el que no se paga con sonrisas? – gritó, asqueado.

Me reí, quitándole importancia a su rabieta, y continué andando, segura de que me seguía.

- ¡Menudo planeta! – continuó -. ¡Es imposible!

Mani siguió farfullando durante un rato, mientras yo, algo ausente, recordaba la incredulidad que había mostrado la dependienta cuando mi hermano pretendió pagarle con una sonrisa. Así se hacía en Harika, por eso él no había imaginado que las cosas allí fueran diferentes.

- Basta – las palabras de Mani me frenaron en mitad de la cuarta avenida -. Dame la gorra – ordenó.

Se la tendí, sorprendida, y le observé encasquetársela con aquella mueca de niño enfadado y caprichoso.

- He tomado una decisión – afirmó unos segundos después -. Me voy. No me gusta este sitio. ¿Cómo voy a vivir en un lugar donde una sonrisa no es lo mejor que uno puede ofrecer? ¿Cómo lo soportas tú, Ishkara?

Entonces, allí mismo, se dio la vuelta y echó a andar en otra dirección. No me preocupó que se perdiese: se marchaba. Y no le he vuelto a ver desde entonces.

A veces, cuando me acuerdo de todo esto, me río, sí. Pero también me pregunto cómo lo soporto yo, esto de vivir en un mundo en el que se le da más importancia a un billetito verde y arrugado que a la espléndida sonrisa de un niño de doce años y rostro angelical.



__________________

=)
Yo también me lo pregunto... sí.
Xidre :)