miércoles, 13 de julio de 2011

A la sombra de un viejo y oscuro sauce.

Contemplaban un atardecer sonrosado, con jirones de nubes suaves y desordenadas en el cielo, y un débil olor a tulipanes impregnándolo todo. Sus espaldas apoyadas en el grueso tronco del sauce que coronaba la colina en que se hallaban: el horizonte se abría ante sus ojos, a su alrededor.

Ella, pasaba una mirada llena de incertidumbre del cuaderno de tapas oscuras en el que escribía al paisaje que se extendía al frente. Él, bebía de la belleza del ambiente para transmitirla en un dibujo a carboncillo a medio hacer que sostenía entre sus manos. Sus mentes volaban difusas, creativas, libres y dispersas. Ella pensaba en él, él, en ella.

Ella imaginaba la calidez de la piel aterciopelada de él; él, la suavidad del pelo oscuro de ella. Quién diría que, en realidad, ninguno de ellos era consciente de la presencia del otro. La chica se sentaba a la izquierda del enorme tronco, el muchacho a la derecha, y aquella barrera de madera oscura les separaba.

Tan sólo se habían mirado a la cara una vez, meses atrás. Sus ojos se habían zambullido, los de uno en los del otro, y los dos corazones habían latido con una fuerza inconmensurable, desproporcionada. Los labios de ella se habían curvado en una sonrisa tímida, los de él, en una turbada.

Y desde aquel día, aunque ellos no lo supieran, subían cada tarde la misma colina a ver atardecer apoyados en el mismo árbol, ella escribiendo sobre él, él dibujándola a ella. Cuando anochecía, él bajaba por el lado sur de la colina, hacia su casa, y ella se dirigía a la ladera norte.

Nunca se veían, aunque estuviesen tan cerca, y nunca se volverían a ver. Las hojas de sus cuadernos se llenarían de sentimientos, en palabras y dibujos, que nunca serían pronunciados en voz alta, pues sus miradas no volverían a encontrarse. Sus corazones volverían a latir al unísono en sus recuerdos, y la magia de algo que no llegó a suceder fuera de su imaginación les envolvería siempre.
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Tras mil años, y pocas, muy pocas, ganas de escribir, he decidido desempolvar escritos antiguos, y darles un retoque. A ver qué tal.

Xidre.

martes, 9 de noviembre de 2010

Razones para odiarte.

Odio la forma en que me hablas, y cuando te ríes así.
Aborrezco esas pintas que llevas, y que creas saber tanto de mí.
Me repugna lo que me haces sentir cuando me tocas, tanto que no sé ni como llamarlo.
Odio que me mientas, que me contradigas, y hasta que lleves razón.
No soporto que me quieras siempre un poco menos que a ella,
ni que seas tan dulce unas veces, y tan idiota otras.
Odio que me hagas reír, y aún más que me hagas llorar.
Me asquea que sean tus amigos los que me digan lo que sientes,
odio tenerte cerca, y querer verte y no querer verte.
Desprecio perder el tiempo oyendo tus "todo va a ir bien".

Pero sobre todo, y antes que todo esto, odio no poder odiarte, porque en realidad no te odio ni un poquito, nada en absoluto.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Adiós, Verano.

En un verano da tiempo a hacer muchas cosas. Da tiempo a curar viejas heridas, y a acostumbrarse a las cicatrices. A patinar sobre las situaciones incómodas, a enfrentarse a las difíciles, a esquivar las aburridas. A aceptar que la costumbre no es un sentimiento, que la novedad no siempre genera atracción…

También hay tiempo de sobra para construir una fortaleza inquebrantable en torno al corazón, con su foso, y sus cocodrilos. Lo hay para cerciorarse de que las cosas malas ya no te afectan y que puedes sonreír sin importar cuándo, cómo, por qué, dónde o a quién.

En un verano puedes, además, aprender a disfrutar de las pequeñas cosas como las intensas gotas de felicidad que son, a dibujar sonrisas en las caras de los demás, y a cortar la cadena que te mantenía unida al lastre del pesimismo. A ver más azul el cielo y menos negro el futuro; a descubrir las formas que las esencias de las nubes dejan entrever, a secar tus lágrimas al sol. A valorar la vida más que antes, a salvársela a unos cachorros y a dar nuevas oportunidades.

También puedes descubrir, sin lamentarlo, la diminuta puerta de atrás que olvidaste en tu cuidadosamente construida muralla, ya no tan inquebrantable, cuando cierta persona anda cerca. Aprenderás, además, que amigos son aquellos que están ahí para hacerte reír hasta que se te salten las lágrimas, sea un buen momento o no.

En definitiva, un verano no es más que un enorme conjunto de sol, tardes de risas, agua de piscina, amigos y colores. Es, y seguirá siendo, el encargado de llenar nuestros baúles de recuerdos con memorias inolvidables… Hoy, que declaro finalmente cerrado el verano, sólo puedo decir… ¡Otoño, allá vamos! :D


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[Xidre] ;)

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Tu momento.

Por una vez en la historia, sintió que había llegado su momento. Dejó la pequeñez a un lado, abrió las alas, saboreó su valentía y notó su fuerza: estaba preparada. El maestro comenzó a señalar a los elegidos: aquella chica de allá, el chaval pelirrojo de su izquierda, el rubio larguirucho, la morena de la derecha…

Cuando se acercó a su posición, ella dio un paso adelante, segura de que el dedo del maestro apuntaría hacia su figura menuda y vibrante de emoción. Él ladeó la cabeza, sorprendido, sopesando las posibilidades de semejante elección. Luego, lentamente, meneó la cabeza negativamente.

- Aún no.

Con dolorosa humillación, ella plegó sus alas y se sintió disminuir. Decreció su fuerza, su valentía, su seguridad, y se entregó desesperadamente a la idea de que algún día llegaría el momento de volar y de ser libre. Aunque no fuese hoy.

Muy pequeña, y encogida sobre sí misma, entendió que las oportunidades llegan cuando uno menos se lo espera, y pasan de puntillas, sin grandes esplendores ni ostentosas revelaciones. También comprendió que su momento no vendría porque sí, que tenía que ganárselo, y concentrarse en crearlo y no sentarse a aguardarlo.

Uno es sus propias oportunidades, las que se concede a sí mismo; porque el que solo espera, desespera.

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Xidre.