miércoles, 16 de enero de 2008

... El final de una vida, de una historia...

Y he aquí, por fin, después de tanto tiempo, lo prometido: ...un triste final... narrado por el chico. Aquí está, para y por todos aquellos que me habéis alegrado el día pasandoos por aquí. Gracias, y va en vuestro honor.

Aquellos ojos se clavaron en mí, asustados. Supe entonces que aún se preguntaba si aquello era un sueño, si yo era real. Apartó la mirada, una mirada tensa en la que sentí que todavía me amaba… Pese a todo el daño que yo le había hecho, pese a que le había roto el corazón muchas veces, ella aún sentía ese amor tan fuerte por mí. ¿Cómo podría matarla, entonces? ¿Cómo iba a ser yo capaz de dañar a aquel ángel de ojos verdes? No, no debía dejarme llevar por mis sentimientos ahora: mi misión era muy clara: “Mata a la chica –había dicho Ahira-. Sólo así recobraremos el equilibrio entre ambos bandos, sólo así recuperaremos nuestro antiguo poder… Sólo así podrás volver a ser tú mismo. Ella es la causa de todos los males”.

Sí, Ahira tenía razón, yo ya sabía que por culpa de esta chica todo estaba cambiando, y sin embargo no podía dejar de admirar su fuerza, su belleza. Alcé la mano y cogí con ella su barbilla, aprovechando para acariciar su piel blanca y suave. Tuve que obligarla a levantar la cabeza, y me sorprendió no encontrarme con más resistencia que la que pondría una niña pequeña, no ella. Aquello me hirió: ¿tanto daño le había hecho yo ya como para dejarla en aquel estado?

Me zambullí entonces en sus ojos, antes cálidos y llenos de una energía difícil de manejar, pero sólo encontré un pozo lleno de dolor, de recuerdos… Y de miedo. Se puso a temblar, y entendí que realmente sí era yo el causante de todo aquello, que la había destrozado por completo… El puñal que yo mismo sujetaba contra su cuello se me hizo entonces pesado, muy pesado… ¿Me atrevería a apretarlo al final o vencería mi amor por ella? “No seas débil –susurró entonces la voz de Ahira de nuevo en mi cabeza- Oh, vamos, no es más que una niña asustada… Confío en ti, sé que serás capaz de llevar a cabo tu misión”.

- Princesa... - susurré.
- No me llames así - se quejó, casi molesta, pero sobre todo dolida -. Mátame ya, pero no me hagas sufrir de esta forma. No puedo soportarlo...
- Eres tan hermosa... - murmuré, sin poder evitarlo. ¿A quién iba a escondérselo? Yo todavía la quería mucho, y supuse que se habría notado en mi voz, pero ella no pareció haberse dado cuenta- Matarte es un crimen horrible, pequeña. No sabes lo que vales, nadie lo supo ver nunca... Sólo yo, que irónicamente voy a ser tu asesino, entendí quién eres, por qué debes morir aunque seas el ser más perfecto que ha pisado nunca este planeta, entendí por qué te amaba tanto…
- Mátame - suplicó, y algunas lágrimas resbalaron por sus mejillas, cálidas -. Pero no me hagas esto... Si algún día yo signifiqué algo para ti, evítame este sufrimiento.
- ¿Te preguntas si significaste algo para mí? ¿Si te quise? - exclamé, furioso. ¿Cómo podía atreverse a pensar que no la amé más que a mi propia vida? - ¿Cómo puedes dudarlo?
- Lo dudo, sí - musitó, y el llanto quebró su resistencia, venciéndola por fin -. Me has hecho tanto daño...

Sus palabras rompieron mi corazón, resquebrajándolo. Sí, yo ya sabía que le había hecho un daño irreparable, que había cometido un gran crimen… ¿Pero acaso tenía otra opción? O la dejaba, mintiéndola y rompiéndole el corazón, o me quedaba con ella y Ahira nos mataba a ambos. Dejarla había sido lo mejor… Pero entonces había surgido el problema que yo no me esperaba: no contaba con que Ahira decidiría matarla en cuanto yo me alejé de ella, y mucho menos con que, confiando en mi lealtad, me encomendaría a mí el asesinato. Finalmente resultaba que en vez de salvar a la mujer que amaba la había condenado a muerte… Y debía matarla con mis propias manos.

- Era necesario que me odiases, pequeña – susurré -. Tienes que odiarme para que no me duela a mí –mentí. Era mentira, una de las más grandes que había dicho: ¿Cómo no iba a dolerme a mí?
- Eso es muy egoísta, ¿sabes?
- Siempre supiste que yo era egoísta – le recordé, sin poder evitar una sonrisa.
- Y siempre tuve la esperanza de poder cambiarte – contestó, y supe que ella no tenía fuerzas para sonreír.

Realmente me habría gustado que lo hubiese hecho: ver su sonrisa, aquel resquicio de luz al que me había aferrado siempre para no caer en mi propia oscuridad, habría sido maravilloso. Oh, no. Me estaba dejando llevar por mi amor por ella. ¡No! Tenía que ser cruel, fuerte, insensible; debía enfrentarme a esa misión como si fuese otra cualquiera.

Esforzándome por parecer frío y distante, sonreí e hice un gesto de aburrimiento.

- Dejemos la charla. Pero antes permíteme decirte algo, pequeña… Eres la única mujer a la que he amado, la única por la que entregaría mi vida. No lo dudes nunca.
- ¿Acaso voy a tener tiempo de dudarlo? – dijo, y la voz se le quebró un poco a causa del llanto que inundaba su mejillas.
- No llores, princesa – verla llorar me rompía el corazón -. No hay lugar en este mundo para las lágrimas de un ángel… Por favor, no llores – supliqué, sin poder evitarlo.

Me miró, y pude entrever en sus ojos un reflejo del torbellino imparable que había sido cuando me lanzó molesta una mirada ofendida.

- Además – susurré, intentando picarla, intentando hacerla despertar del letargo en el que parecía sumida -, ¿desde cuándo lloras tú? ¿Ahora te da miedo morir? ¿Qué ha pasado con la terrible guerrera a la que conocí?
- Nunca le tuve miedo a la muerte – replicó, muy seria -, y menos ahora que se presenta definitivamente ante mí. Sabes que siempre acepté mi destino, aunque ello no significa que no intentase cambiarlo. Sin embargo ahora… no lloro por mi muerte, sino por mi asesino.
- No eres tú la única que sufre, princesa –me sinceré, aunque luego me arrepentí y añadí, procurando parecer frío -. Hay una parte de mí que morirá contigo y ambos lo sabemos. Matarte es como matar al último resquicio de humanidad que me queda…

Deseé con todas mis fuerzas que contestase. Una parte de mí pedía a gritos que me llamase mentiroso, que me dijese que sabía perfectamente que nada de todo aquello era verdad, aunque eso complicase las cosas. Sin embargo, bajó la mirada casi con ¿sumisión?

Suspiró, casi imperceptiblemente, aún intentando agachar la cabeza. Le acaricié la mejilla con un sentimiento de horror y culpabilidad atenazando mi pecho, recordándome que yo la había destrozado… ¿En qué parte de su mente había quedado su personalidad de guerrera hecha de roca? ¿Por qué no la sacaba y me demostraba que me estaba confundiendo? Una palabra suya, en aquel preciso instante lo habría cambiado todo… Si me dijese lo que yo había oído alguna que otra vez de sus labios, juro que habría apartado el cuchillo de su cuello, la habría ayudado a levantarse y la habría defendido con mi vida. Pero no dijo nada y cerró los ojos, aquellas luces que antes me guiaban para que no perdiese por el mar de la duda… Donde estaba ahora, ahogándome. Y ya nadie iba a salvarme. No había compasión en ningún corazón para mí. Ni siquiera en aquella que había sido mi sol y mi luna… En ella.

Supe que lo que estaba apunto de hacer sería un error, pero no pude evitarlo. Me incliné hacia ella, y acaricié sus labios con los míos durante apenas un segundo o dos, no más. Suficiente como para condenar a mi alma a una muerte dulce. Fue nuestro último beso, y sin embargo, el más tierno y frío de todos a la vez. Una despedida entre dos almas moribundas: la mía, de la que sólo quedaba un pequeño trozo que aún palpitaba por ella, y la suya, rota en mil pedazos sangrantes. Y yo era el causante de toda aquella destrucción… Pero, ¿qué podía hacer ahora para remediarlo? Nada. El mal ya estaba hecho, no había vuelta atrás, sólo quedaba, después de la despedida… El final.

Aquellas dos palabras en mi mente rompieron todo lo que aún quedaba dentro de mí: los restos de mi alma perecieron, llevándose mi corazón con ellos y convirtiéndome en una cáscara fría y sin sentido. Un cuerpo sin alma, una vida sin significado. Me encontré entonces con su mirada horrorizada, pero ya no produjo ningún sentimiento en mí… Ya no podía sentir nada.

- Ya no queda nada que tenga valor para mí en este mundo – jadeó -. Mátame, te lo ruego.

No, me había confundido. Aún podía sentir algo… Pena, pena y más pena, acompañada de un dolor tan inhumano como lo que hice a continuación. Apreté mi puñal contra su cuello… Y vi como en un segundo el brillo de sus ojos desaparecía. Yo moriría con ella, así todo sería más fácil… No tardaría demasiado en seguirla.

Allí estaba, el final, nuestro final… La triste forma de acabar de una historia que había comenzado con odio, luego con amor… Un amor por el que nos habíamos arriesgado, y así habían acabado las cosas… Con muerte. ¿Pero no es acaso esa la forma en que todo termina? La muerte, eso es. Es el final de una vida, de una historia que jamás podrá volver a ser vivida por nadie… Porque nuestra existencia fue única, y jamás oirás a ningún ser, de cualquier mundo, narrar algo parecido a esto.

Pero ahí, con el final, llegaba la parte más difícil de todas… La despedida… Porque su vida se apagaba entre mis brazos, y supe que había llegado la hora de decirle aquello que siempre había querido escuchar y que nuca había oído, al menos no con esas palabras…

- Adiós, mi vida – suspiré -. Siempre te he querido… Y siempre te querré.

Y era la verdad. Nuestra verdad, el símbolo de toda nuestra vida… Y también, como no, de nuestra muerte.

he kiss me

...-¨{Xidr3}¨-...