martes, 22 de diciembre de 2009

Ver, oír, hablar, oler, sentir.

Sangre transparente brota de sus ojos; sangre, porque cada lágrima es tan agónica como un último latido de un corazón joven. Agacha la cabeza, avergonzada, y contempla sus pies. Está tan acostumbrada a mirar hacia abajo, sin atreverse a clavar su mirada en aquellos que la miran, que las baldosas del suelo ya casi parecen sus viejas amigas.

El reproductor de música suena para unos oídos sordos; ya sabes que a veces la tristeza y la autocompasión nos sumergen tan profundo que nuestros sentidos se atrofian y la realidad parece tan lejana y frágil como un sueño. No oye lo que quiere oír, tampoco lo que debe, sólo escucha los lamentos que gimen en su interior, pugnando por salir.

No habla, ¿para qué? Siente como si cada una de sus palabras se desvaneciese antes de ser escuchada, como si intentar salir de un agujero sólo significase impulsarse más hacia adentro. No malgasta su voz, nunca fue derrochadora. Su mente grita desde dentro, grita tanto que la hace enmudecer, temerosa de chillar todo lo que siente, lo que guarda tan celosamente en esa cajita, bajo llave.

En la cocina alguien prepara algo que debería oler bien. Debería, porque ella no puede percibirlo: su ambiente sólo huele a tristeza, a traición, a desesperación. Ojala con taparse la nariz y dejar de percibir esos aromas desagradables acabase todo.

Hace frío. Lo sabe, pero no lo nota. Por la ventana abierta entra una brisa que mueve las cortinas blancas, las zarandea, y su pelo ondea al compás. Pero su piel no parece darse por aludida, ha olvidado cómo sentir el tacto del frío, de la brisa, de la suavidad congelada.

Y entonces, calor. Eso sí lo percibe. Una mano cálida acaricia su brazo desnudo, con cuidado, con una delicadeza sutil e impropia que le hace reaccionar. Se gira, sintiendo escalofríos en su piel, tan poco reacia de pronto al contacto.

Se ve envuelta por un aroma extraño, dulce, y cierra los ojos para dejarse llevar por ese olor que hace promesa de no traer consigo amarguras ni dolores. ¿Tristeza, traición, desesperación? ¿Dónde quedó todo eso? Ahora es algo mucho más amable y agradable lo que la envuelve.

Sus labios se mueven, ansiosos, pero no pronuncian sonido alguno, su voz se ha oxidado por el desuso. Se lleva las manos a la garganta, incrédula: jamás pensó que eso podría ocurrir. Entonces esa calidez que le ha hecho despertar de su letargo acaricia su garganta, ella inspira su aroma, sus cuerdas vocales se suavizan. Sólo una palabra, la primera en mucho tiempo, mece las ondas de sonido de la habitación:

- Gracias.

No hay respuesta, tampoco es necesaria. Sus oídos se han centrado ahora en un sonido nuevo, fascinante, que nunca se había detenido a escuchar. Pum-pum, pum-pum, pum-pum. Un golpeteo necesario, vital, pero con una belleza que ella nunca se había detenido a paladear, que nunca había sabido apreciar. Pum-pum, pum-pum. Ahí estaba otra vez, era aquel ritmo el que borraba, con extraña regularidad y hermosa cadencia, cada gramo de autocompasión que atenazaba todo su ser.

Abre los ojos y le ve allí, arrodillado en el suelo junto a ella. Su mano reposa sobre su cuello, donde antes había sanado una milésima parte de su dolor. Sus ojos oscuros, increíblemente profundos, no se dejan avasallar por los pozos de llanto que representan los de ella. Se acerca más, y en la mente de la chica se forma una espiral como un torbellino, que va absorbiendo toda la infelicidad y lanzándola por un sumidero que ella desconocía. No puede pensar en nada, pero da igual, porque respirar ya no duele.

Los ojos de él la atrapan, la arrastran lejos, donde puede perderse, pero se siente protegida. El latido de los corazones de ambos se entremezcla en sus oídos, creando una melodía cada vez más hermosa y acelerada. La voz de él es como un bálsamo, y ella prueba a hablar también, sabiendo que al hacerlo ya no podrá parar, ¡tiene tanto que contar! El silencio llega de nuevo cuando él se inclina aún más hacia su rostro, y el aroma cálido del chico la envuelve, haciendo que ella sienta un febril deseo de acercarse más y aspirar más fuerte, más profundo. Y entonces llega el beso, tan suave y lento como hermoso, tan increíble y a la vez tan predecible. Ella siente como su piel se electriza al sentir el contacto de él, cómo el vello de su nuca se eriza al son del roce de sus labios.

Sus cinco sentidos, aunados repentinamente, se zambullen ahora en ese sentimiento fiero y a la vez sutil, mal llamado amor, que sublima la agonía hasta hacerla deseable. Es un secreto, pero que sepas que a veces para salir de ese agujero negro que te has ido cavando, sólo necesitas hundirte un poco más para salir por el otro lado. Toda moneda tiene su doble cara, pero en ambas da la luz, de una u otra forma.


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Bueno, poco a poco hay que recuperarse, ¿no es así?
Xidre.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Espinita a espinita, paso a paso, quizás, no lo sé.

Frío. Tengo frío, estoy helada y, sin embargo, no soy capaz de levantarme a por una manta. Mi cuerpo yace sobre la cama, pero no siento, como otras veces, el suave roce de las sábanas en mi piel. Mis ojos están fijos en el techo, llorosos por todo el rato que llevo sin pestañear, pero no soy consciente de ello. Los minutos pasan, dañinos, clavándose como agujas en mi corazón marchito, y en mi boca un ocre sabor a nada me alimenta.

No puedo moverme, no quiero. El nudo áspero que atenaza mi garganta parece tener una nueva amiga, una losa grande y dura que pesa sobre mi pecho, haciendo que respirar se me haga aún más difícil.

Estoy enferma. ¿De qué? No lo sé. Puede que de ti, puede que de la vida en general. No sé, no me importa, ya no. Ya nada es lo mismo. Antes… Antes era tu luz lo que me guiaba hacia el final del túnel, ahora todo es oscuro, y la oscuridad es un depredador que me ha escogido como presa.


Nadie puede salvarme ahora.

Cierro los ojos y siento las lágrimas correr por mis mejillas, a raudales, imparables. Los sollozos, que deberían convulsionar mi cuerpo, son silenciosos, pausados, porque ni siquiera tengo energías para más. Mis padres están preocupados, intentan que me mueva, que coma. Sé que mi madre incluso viene de vez en cuando a comprobar que sigo respirando. Y lo hago, de momento.

Aunque cada vez es más difícil, mamá.

Y tú, mientras yo me muero de pena, ¿qué? Sé que caminas por ahí, tan feliz. Probablemente sigues soñando con ella, y ni siquiera te acuerdas de mi nombre. Pensar en ti me hace daño, mucho, pero me regocijo en mi dolor, porque lo merezco. ¡Ah, qué tonta, niña ilusa, te dejaste llevar y te equivocaste!

Tú sólo fuiste un error, pero el peor de todos.

Mi corazón sólo late, marchito, porque el mundo quiere que siga latiendo. La verdad es que ya no tiene ningún motivo para hacerlo. Lleno de agujas que son miles de horas muertas, de pequeñas magulladuras fruto de las heridas que otra gente me causó, y atravesado de parte a parte por una estaca que lleva tu nombre grabado, sabe que no le queda mucho tiempo. Pero late, el pobre mártir agonizante, late aún. Aún me queda un soplo de vida.

No me marcharé tan pacíficamente, aunque parte de mí lo desee.

¿Y si supieses lo que siento? Alguna vez me lo he preguntado. Sólo tu luz puede darme la energía suficiente para salir de mi agujero, y no dejo de pensar que quizá si lo supieses no dudarías en ofrecérmela. O quizás no. Pero no aspiro a tanto, ¡oh, no, ya no!

De momento, iré sacando las agujas de mi corazón una a una, con lentitud.

Siempre me quedarán las cicatrices, tú lo sabes. El fuego seguirá ardiendo, devastador, en mi interior, aunque corra un tupido velo entre él y mi mente. Pero dame tiempo, dame tiempo y conseguiré esconderlo bien, para que le cueste resurgir y regresar.

Mientras tanto, solo yazco, tumbada en la cama, llorando en silencio, curando con la sal de mis lágrimas le herida de mi corazón. Quizá algún día pueda volver a levantarme… O quizá no.


Espinita a espinita, paso a paso, tal vez lo consiga, no lo sé.

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Vuelta a la melancolía, amigos míos.

..Xidre..

miércoles, 28 de octubre de 2009

Yo no.

Otra mañana, una más, de tantas. Abres los ojos y sonríes al verme tendida junto a ti, con el pelo extendido como una cascada oscura sobre la almohada y mi cuerpo escondido bajo las suaves sábanas blancas. Te gusta que esté ahí.

Te levantas, te duchas, te vistes… El olor a café recién hecho llega a nuestra habitación en cálidas y tentadoras oleadas, y tú tarareas de nuevo la misma canción de todas las mañanas, la que dices que es nuestra canción. Y me miras, me sonríes aunque sigo dormida, y te acercas para acariciar mi mejilla como si aún no estuvieras seguro de que soy real. Te gusta mi sonrisa, mi pelo, el tacto de mi piel. Te gusto yo.

Entonces es cuando me despierto, pero no abro los ojos. Finjo dormir, tendida, lánguida, inmóvil. Te observo de reojo ajustarte el nudo de la corbata y observarte en el espejo. Qué presumido eres cuando crees que no te veo. Buscas algo por la estantería, desesperadamente. Tienes prisa y, déjame adivinar… no encuentras las llaves. Me gustaría hacer como que todo el escándalo que montas no me despierta, pero sé que no sería creíble. Así que abro un ojo, uno sólo.

- Están en la mesa de la cocina.

Ahora me observas como si fuera tu salvadora, esa alma cándida que te guía a ti, despistado por naturaleza, con toda la bondad y la belleza del mundo fusionadas en su ser. La felicidad, ese sentimiento tan condenadamente intenso en el que vives sumido, brilla como una sombra latente en tus ojos, en tu rostro. Te acercas, me besas, me susurras “gracias” al oído. Y, por supuesto, mientras sales de la habitación, las palabras de rigor…

- Te quiero.

No contesto, nunca lo hago. No hace falta, o eso dices tú. Y nunca me preguntas por qué no lo hago. No has oído esas palabras salir de entre mis labios desde aquella vez, la primera vez, en la que las pronuncié sin pensar. Nunca supe ni sabré cómo pude mirarte a los ojos y pronunciar en voz alta una mentira tan grande. Aquel día, haciéndote feliz, me di cuenta de que era mala, mala como nadie. Qué cosas.

Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba jugando, de que me aprovechaba de ti y de tu bondad, de que había dejado que nuestra amistad sobrepasase los límites de esa palabra, de que había permitido que las cosas se nos fueran de las manos… Y de que lo había hecho deliberadamente, por diversión.

Y me sentí culpable. Nunca antes había experimentado la culpa, ¡no sabía lo que era! Ahora, cada vez que recuerdo ese dolor punzante en la nuca, ese nudo en la garganta que difícilmente me dejaba respirar… ahora sé que ni el castigo que me he autoimpuesto es suficiente para remendar todos mis errores. He metido la pata tantas, tantas, ¡tantas veces! Y tú fuiste mi mayor error, el mayor daño que he causado nunca…

Eras mi mejor amigo, tan dulce, tan leal. Y me querías. Yo a ti también, no me malinterpretes, pero no de la misma manera. Eso no, eso nunca. Yo tardé años en darme cuenta de lo que sentías… Y cuando lo hice quise jugar, como hacía con tantos otros, sin darme cuenta de que tú eras más importante que todos ellos juntos. Tú, que me habías recogido tantas veces del suelo cuando estaba echa pedazos, tú, que me habías dado la mano para guiarme en los peores momentos… Tú me querías, y me quieres de verdad. En el fondo siempre tuviste la esperanza de que también te quisiese, y de que debajo de mi caparazón de chica cruel hubiese este alma cándida que finjo ser ahora. Pobre iluso.

Cuando me di cuenta de lo lejos que nos había llevado mi juego, cuando pronuncié por primera y última vez las palabras prohibidas, fue entonces cuando supe que, si me echaba atrás, te perdería por completo. Todo se había desmadrado, y yo te había mentido tanto…

Cómo duele la culpa. Cómo agobia saber que no es justo lo que has hecho, y saber que no tiene solución. Así que me puse freno a mi misma, y mi otro yo se enfadó, lloró, gritó, al ver sus alas de libertad arrancadas de cuajo. Ya vale, me dije. Ahora debía pagar por lo que había hecho.

Este es mi castigo. Tú eres mi castigo. Sé que no es lógico, porque en definitiva mi convivencia contigo no es difícil, ni es dura, aunque la culpa vuelve cada vez que me susurras al oído que me amas, cada vez que me sonríes y cada vez que me explicas lo mucho que significo para ti. También sé que no es justo, porque te mereces algo mejor, aunque sé que tú querías estar conmigo, y estaré a tu lado hasta que dejes de quererlo. ¿Y sabes por qué? Porque, aunque me odio al decirlo, a tu lado no soy feliz. No lo suficiente… Mi infierno es tu cielo, pero tú te mereces ser feliz mucho más que yo… así que seguiré aquí hasta que tú digas basta.

Me pregunto por qué no me preguntas por qué no te digo que te quiero. En ocasiones, incluso, dudo de si sabes todo lo que pasa por mi cabeza, si eres consciente de que, en realidad, no lo hago porque no te quiero, pero aún sigues empeñado en que algún día recapacitaré, me haré buena y me enamoraré de ti perdidamente. A veces, he de admitirlo, me gustaría pensar que podría ser así. La mayoría de las veces, sin embargo, simplemente, me pregunto cómo puedes llegar a ser tan iluso.

La cuestión es… que me gusta el olor a café por las mañanas, y la canción que tarareas, esa que dices que es nuestra. Me gusta como te miras al espejo mientras te haces el nudo de la corbata, y como acaricias mi mejilla, como si yo solo fuese un sueño que se prolonga más de lo debido, como cuando despiertas y aún ves a la persona amada junto a ti, en la cama, con el cabello negro cayendo como una cascada oscura sobre la almohada y el cuerpo escondido bajo la sábana.

viernes, 9 de octubre de 2009

Nueve de Octubre...

Cierras los ojos y te lo reprochas a ti misma, una, otra y otra vez. Porque sabes que nada ha cambiado, que todo sigue igual.

Llegas a casa y cierras la puerta con ese gesto con el que se tira un día, con el que se quita la hoja atrasada del calendario cuando todo es igual y tú lo sabes. Al entrar, sientes la extrañeza de tus pasos resonando ya por el pasillo antes de moverte, y enciendes la luz para volver a comprobar que todo sigue en su sitio, que las cosas están exactamente colocadas, como lo han estado siempre y como lo estarán dentro de un año, a este paso…

Y después te bañas, respetuosa y tristemente, igual que una suicida; miras tus libros como miran los árboles sus hojas caídas, y te sientes sola, humanamente sola, porque todo es igual y tú lo sabes.

Pero, ¿cómo hacer que las cosas cambien cuando no eres capaz de plantarte frente a él, respirar hondo y pronunciar esas dos palabras que saben a tabú?

Cuántas veces has oído eso de que “el que no arriesga no gana”… Y de qué poco te ha servido, no has borrado ni una pizca de tu miedo al cambio, de ese absurdo terror que le tienes a perderlo todo cuando no tienes nada. ¿Eres feliz? No. ¿Quieres serlo? Sí. Y sabes como podrías conseguirlo, sabes que deberías intentarlo, que no debes dejarlo todo como está porque esta situación te hace daño, porque a este paso no vas a progresar nunca…

Y lo intentas. ¡Por fin! Fijas en él tu mirada, intentas llamar su atención con las cosas más tontas, y da resultado. Te ve, te oye, se da cuenta de que existes, de que estás ahí. Y eso te gusta… ¿Por qué no dar ya el paso final? Hablas con él, tomas aire, y aprietas los puños hasta que sientes tus propias uñas hundirse en las palmas de tus manos. Vas a decirlo…

Pero otro “te quiero” muere en tus labios, donde comienza a verse un cementerio. No eres capaz, el miedo te atenaza, sientes tus rodillas temblar, las piernas no te responden…

Y de nuevo cierras los ojos, y te lo reprochas a ti misma una, otra y otra vez. Porque sabes que nada ha cambiado, que todo sigue igual…

…y otra vez te sientes sola, humanamente sola, porque TODO ES IGUAL, Y TÚ LO SABES.


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Sí, todo es igual y lo sé...
En fin, ya he vuelto del unas largas vacaciones, ahora el intituto se come todo mi tiempo, y mi creatividad no está precisamente en su momento más álgido.
Espero que no os disguste demasiado.
Gracias por leer, como siempre.

..Xidre..

lunes, 6 de julio de 2009

La caja azul

Acurrucada en el rincón más oscuro de la habitación, con los ojos cerrados con fuerza, espera. Sus manos de piel blanca y delicada sostienen una cajita azul, a la que se aferra con desesperación. No está dispuesta a dejar que se la quiten, la protegerá con su vida, si es necesario... Aunque sabe que sus esfuerzos serán en vano, que es demasiado frágil y que podrán pasar por encima de ella sin problemas, está dispuesta a darlo todo.

Oye sus pasos en el piso de abajo, respiran pesadamente, la buscan. Y van a encontrarla. Toma aire, intenta despejar su mente para oponer una mínima resistencia contra ellos, para proteger lo que es suyo. Sus ojos siguen cerrados, se concentra, se prepara. Espera.

No le van a dar mucho tiempo. Sus pasos ya resuenan por la escalera de madera, que cruje bajo su peso. Ella tiembla, aunque no teme por su propio futuro, sino por lo que van a hacer con el contenido de su cofrecito. Ellos han oído hablar de que el secreto de la que fue la joven más poderosa del reino, la más fuerte, la más mágica, se halla escondido en una diminuta caja azul, y son demasiado avaros como para no ir a buscarlo. Quieren poder... y no van a conseguirlo, se han equivocado. No es su antiguo poder lo que ella guarda en la caja. No es nada que pueda servirles... y, sin embargo, es tan vital para ella que no puede dejar que se la quiten.

La puerta se abre, da un bandazo, choca contra la pared. Ella se alza, tan pequeña y tan débil que poco puede hacer contra sus brazos fuertes y sus armas. Luchan, ellos vencen. Ella cae. Allí, tirada en el suelo, observa como el hombre más grande del grupo arranca la caja de sus manos casi inertes. Emite un gemido sordo, anhelante, tan bajo que ninguno de ellos advierte siquiera que sus labios se han movido.

- No, no, devuélvemela...

Nada. El hombre abre la caja y la gira en sus manos. Nada. Mira su interior, aparentemente vacío, y no lo entiende. Unas últimas y desconsoladas lágrimas resbalan por las mejillas de la mujer, tirada en el suelo, mientras ve como el polvo dorado que se hallaba en la caja, imperceptible para los demás, se deshace y desaparece en el aire. No...

- ¿Dónde está, bruja? ¿Dónde está el poder que tan celosamente guardabas?

Él grita, y la zarandea. Pero ella no le ve. Sus ojos están velados, vacíos, todo lo que había dentro de ella está sufriendo el mismo destino que el mágico polvo dorado. Ella ya no es, ya no existe, pero él no lo entiende. Sabe que no esta muerta, siente como respira, asi que chilla más, y la sacude con fuerza. Ella no responde, no se queja, no le mira... No puede. Todo su ser se ha consumido, se ha esfumado, ya no queda nada...

Porque necesitaba su polvo dorado, sembrado de imágenes invisibles a los ojos de los demás, porque en él residía su fuerza, su vitalidad, lo que fue y lo que era, incluso lo que pensaba que sería...

Ellos lo dan por perdido. Confían en que ella agoniza, en que morirá pronto, y se van con las manos vacías. El más grande deja caer la caja, hueca, azul, pequeña y despoblada, que rebota hasta quedar junto al cuerpo inerte pero aún con vida de su propietaria.

La mirada desolada de la mujer, perdida en el vacío, enfoca por última vez su preciada cajita azul, a la que otros suelen llamar memoria, en la que tan celosamente había escondido todos sus recuerdos y pensamientos, todo lo que la hacía ser persona, todo su ser... Era la memoria en la que se había guarecido a sí misma, transformada en delicado polvo dorado...

Sus recuerdos, ahora transformados en pequeñas motas de polvo que se deslizan por todo el mundo, arrastrados por el viento, eran lo único que la había mantenido con vida hasta el momento. Por eso el pequeño cofrecito azul era tan valioso, aunque no tuviese valor alguno para los demás.

Por eso, ahora que lo había perdido, su vida se escapa lentamente, abandona su cuerpo y vuela con el viento, lejos, muy lejos, quizá con la esperanza de volver a la vida, de volver a reunirse con sus recuerdos, en busca de su polvillo dorado...

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Os presento un pequeño relato extraño y algo insulso pero que, no sé por qué, me gusta ^^
espero que tampoco os desagrade a vosotros.

Y nada más, ya solo me queda despedirme, porque a partir de mañana lo más probable es que no consiga volver a tener contacto con ordenadores e internet, y por tanto no voy a colgar nada hasta que vuelva. Por fin han llegado mis merecidas vacaciones...

Un beso y hasta septiembre!! =)

...Xidr3...

miércoles, 1 de julio de 2009

el olvido



Ahora mismo, cuando me asomo por la ventana y observo las calles atestadas de gente, siento que no formo parte de este mundo, que no hay nada aquí con lo que yo encaje. Cómo han cambiado las cosas.

Aún recuerdo con claridad cómo me sonreía el mundo, cómo brillaban las calles y lo amable y cariñosa que era la gente cuando caminaba a tu lado. Madrid no era Madrid, sino una sonrisa casi tan grande y hermosa como la tuya en la que uno podía vivir. Todo era acogedor, tierno, cálido, divertido, especial... Ahora todo es oscuro y agresivo, dañino, porque tú no estás aquí.
Y eso no es lo peor. Entre la gente veo una cabellera castaña que me llama la atención, te detecto. Me gustaría chillar tu nombre y que acudieses a abrazarme tan fuerte como solías, que me dijeses que me querías una vez más. Pero no creo que a la chica que camina a tu lado le hiciese gracia.

Lo has olvidado. ¿Cómo...? ¿Cómo has podido? Olvidaste lo que hubo, lo que podía haber habido, las tardes en tu casa, o en la mía, las sonrisas escondidas, las miradas cautivadas, los paseos por el parque, el contacto de nuestras manos y nuestros labios, la armonía de nuestras risas al unísono... Me olvidaste a mí.

Yo nunca olvidaré, no puedo, lo intenté pero es imposible... A veces pienso que ni siquiera quiero olvidarlo, que nadaré en el dolor eternamente, arrepintiéndome de todo, autocompadeciéndome y preguntándome sin descanso qué fue mal.

¿Qué falló? ¿Qué nos hizo caer desde la nube más alta? ¿Por qué te perdí y perdí lo nuestro? Fuimos a algún lugar que no debíamos, alguna palabra hizo más mella de la debida, dije algo que no quería, dijiste algo que no sentías, o que sí sentías y me escondías, gritamos, todo fue mal. Pero algo podría haberse salvado. Creo que no lo intentamos lo suficiente, que renunciamos demasiado pronto... Pero a ti te da igual.

¿Lo lamentas? ¿Lamentas haberme olvidado con tanta facilidad? No creo que pienses demasiado en ello cuando miras a esa chica que me sustituye. ¿Es ella mejor que yo? ¿O es sólo mejor que el dolor? Ahora sé que nunca me mereciste, pero también sé que no me importa en absoluto. Sé que te quiero y que nunca olvidaré, que cada vez que cierre los ojos tendré pesadillas con tu rostro, con el que siempre fue un sueño soñar.

Pero dime, ¿qué falló? ¿Qué nos hizo caer desde la nube más alta? ¿Por qué me perdiste y perdimos lo nuestro? Fuimos a algún lugar que no debíamos, alguna palabra hizo más mella de la debida, dijiste algo que no querías, dije algo que no sentía, gritamos, todo fue mal. ¿Deberíamos haber seguido intentándolo?

Pero no, no puedes olvidarlo. No puede ser tan fácil porque si no yo ya habría encontrado la manera. Y sigo aquí, sumergida en el peor de los dolores, el dolor del amor, perguntándome una y otra vez qué fue mal y por qué me has olvidado. No te dejo, no te lo permito. No puedes olvidarte de nosotros, de cuando los dos éramos uno.

No te olvides de mí. No quiero que me olvides, y no me puedo creer que lo hayas hecho. Y, si así ha sido, si has conseguido pasar página y borrar nuestros recuerdos, sólo me queda una cosa que decirte, que pedirte, que rogarte... Enséñame cómo olvidar.



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No sé como habrá quedado, la verdad es que ni lo he repasado, ni repasarlo se encuentra entre mis planes. Es un sentimiento (inspirado en una canción, todo hay que decirlo) y no un relato. No sé qué os parecerá, pero esto, en concreto, no está hecho para ser de vuestro agrado. Es sólo algo que quería plasmar.
Gracias por leerlo, de todas formas.

Xidre.

martes, 23 de junio de 2009

... te quiero ...

Olvídalo, vamos, olvida lo que te he dicho. Ese momento no ha existido. Vamos, por favor… Haz como si mis labios no se hubieran abierto, o como si de ellos no hubiera salido sonido alguno. Venga, finge que no me has oído. Ni siquiera sé por qué lo he dicho, ni siquiera creo que yo misma sienta eso.

- Lo siento, yo…

No, no me pongas excusas, ¡eso no! Basta con que me digas “no he oído lo que has dicho”, sabes que no tendré el valor de repetírtelo ahora que centras en mí toda tu atención. Por favor… sabes que va a ser lo mejor para ambos.

- … no puedo.


- Sí, sí, lo sé, sólo bromeaba – suelto una risita nerviosamente. Mierda.

No, no me mires así. No voy a permitirte que me mires con pena. Soy una niñata estúpida, pero no puedo tolerar que alguien como tú sienta lástima de mí.

- En serio, era una broma… No te lo tomes a mal – insisto, intentando sonreír.

Y asientes. Oh, vamos, no te lo crees, no puedes hacerlo. No me digas que te lo estás tragando, porque desaparecerá la buena opinión que tenía de ti. No puedes ser tan ingenuo. Mírame, venga, mírame. ¿Te parece que estoy bromeando? ¿Crees que las lágrimas que acuden a mis ojos son de mentira? Ni siquiera yo soy tan buena actriz, y lo sabes. Pero no voy a llorar delante de ti, no soy tan patética.

Me giro, quiero alejarme de ti. Podías haber fingido que no me habías escuchado, y todo habría salido mejor. Ahora me siento fatal, ¿sabes? Y tampoco puedo echarte a ti la culpa, porque tú has hecho lo que tenías que hacer, simplemente has interpretado el rol que te toca. Ha sido esta maldita impulsividad, innecesaria y ridícula, la que me ha llevado a esta insostenible situación.

Y entonces, me retienes, me acercas a ti. ¿Qué haces? No quiero tus disculpas, ni tu lástima, ni tu consideración. Déjame, o me sentiré peor.

- Sabes – susurras, mientras una de tus manos acaricia mi mejilla -, si la situación hubiese sido otra, si las cosas no hubiesen estado así, me habría ido contigo al final del mundo. No habrías tenido la necesidad de morirte de vergüenza ante mí, de murmurar dos palabras rápidamente y de forma aturullada en mi oído y luego sentir el deseo de desaparecer, porque yo me habría acercado a ti mucho antes. Eres perfecta y lo has sido siempre. Pero sabes que debo decirte que no. Nuestros destinos no están ligados, y por eso no puedo…


- No quiero que te disculpes. Y no me digas cosas así porque me hacen más daño. Me da la sensación de que podría haber habido algo… Y no lo va a haber, así que no quiero tener esperanzas. Suéltame, ya da igual.

Pero lo veo en tus ojos. No, no da igual, tú también querrías que esto hubiese sido de otra forma, que hubiese habido un futuro para nosotros dos. Y eso me destroza. Lo sé, lo sé, no puedes. Pero tampoco tienes la valentía de intentarlo. Ahora, si lo pienso con cabeza, no me arrepiento de haber dicho lo que he dicho. Necesitaba ver en tus ojos lo que estoy viendo. Eso me ayuda. Y no me importa tener que repetirlo, aunque sean palabras que no nos van a llevar a ningún sitio.




Te quiero…





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No sé por qué he escrito esto, ni mucho menos porqué lo publico: no es nada bueno. Y, sin embargo, mientras escribía el capítulo dos de una historia en la que estoy trabajando, ha surgido, así, sin tener nada que ver. No sé que más decir sobre esto... simplemente, prometer que pronto vendré con algo mejor.



.Xidre.

miércoles, 29 de abril de 2009

No mires...

Bueno... aqui estamos de nuevo, colgando cualquier chorradita simplemente para evitar que quede otro mes sin actualizaciones... La verdad es que estoy trabajando en una historia nueva, algo complicada =S Puede que, cuando acabe de limarlo y arreglarlo, cuelgue el prólogo por aquí, en busca de críticas. Ya informaré al respecto.
Por ahora, simplemente unos pequeños relatos cortos, si es que pueden llamarse así, porque algunos son sólo cortísimas escenas, llenarán este espacio. Espero que no os desagrade demasiado la idea. He aqui el primero, a ver qué os parece ;)

No mires…

En el ático de uno de los más altos edificios de Nueva York, con las uñas clavadas en el alféizar de la ventana y los ojos dilatados por el terror, una niña de unos ocho años miraba fijamente al frente. Sus finos labios temblaban, pero su cuerpo se había paralizado por el miedo.

Me había visto. Casi podía observar el brillo peligroso de mis ojos reflejado en los suyos, mis colmillos alargados, mi figura recortada contra el negro cielo, y la tensión de todo mi cuerpo. Entendía perfectamente su comportamiento, y mientras me abalanzaba sobre mi víctima, sólo pensé: “No mires, pequeña”.




*Xidre

lunes, 9 de marzo de 2009

Nueve de Marzo

Nueve de Marzo. Hoy es un día especial para mí. Hoy he recibido buenas noticias, y también malas; me he sentido derrumbada y feliz; y no he podido evitar recordar...
No me gusta esta fecha, ni los recuerdos que conlleva atados a sí misma, pero una parte de mí no puede evitar conmemorarla... ¿Y qué mejor manera de publicar aquí un texto que escribí el mismo nueve de Marzo, pero hace exactamente un año? Advierto que no es especialmente feliz, sino que claramente como pide la ocasión... triste. Espero que, pese a todo, os guste.

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---Dolor---

Llorar. Eso era todo lo que quería, lo que necesitaba. Sumergirme en un mar de lágrimas y no salir a la superficie nunca más, ahogarme en él mientras la desesperación carcomía mi mente, desaparecer… Pero no podía. Debía mantenerme serena al menos hasta que todas aquellas personas se hubiesen marchado.

Poco a poco, las cercanías de la tumba de mi familia fueron quedándose vacías, despobladas. Todo el mundo se despedía de mí con una sonrisa amable y cortés, unas palabras de ánimo y un “lo siento”. Y besos, besos y más besos por todas partes: de familiares, amigos, vecinos, conocidos… y desconocidos. Todo el mundo esbozaba sonrisas llenas de falsa tristeza, todo era pura falsedad. Y aquello no hacía más que acentuar mi pena.

Era difícil sentir otra cosa aparte de tristeza cuando la muerte te pasaba tan cerca y se llevaba consigo a los seres queridos. Mi padre, mi madre, mi hermana pequeña… Ya no me quedaba nadie, y no me sentía lo suficientemente fuerte como para soportarlo.

Cuando todas las personas que habían acudido al funeral se fueron, mi máscara de dureza se rompió en pedazos, y caí al suelo rota de dolor. Me habían abandonado, me habían dejado sola, a merced de la tempestad, por así decirlo. ¿Por qué?

El llanto afloró, a la vez que el dolor, a la superficie. ¿Qué iba a hacer yo ahora? Tenía apenas dieciocho años recién cumplidos, acababa de terminar el instituto… Y no me sentía capaz de enfrentarme yo sola a la vida. No es que me viera en apuros económicos, mis padres me habían dejado una sustanciosa fortuna, pero me sentía tan sola, tan desamparada, tan desprotegida…

Todo había ocurrido dos días antes. Papá llevaba unos días algo nervioso, y aquella mañana se le notaba aún más: tenía ojeras y cara de estar enfermo e infinitamente preocupado. Aquella mañana se empeñó en sacarnos a mamá, a Lilian y a mí de la ciudad, como si hubiese algo de lo que quería huir. Mamá accedió encantada, como buena excursionista, y Lilian era todavía demasiado pequeña como para que sus quejas tuviesen algún efecto, pero yo me negué. No, no y no. Discutimos, y al final se fueron los tres solos.

El día pasó con suavidad, lentamente, pero a la hora del crepúsculo comencé a preocuparme. Ya deberían haber regresado… Oscureció, y las horas se volvieron angustiosas, pesadas. Marqué todo el rato el número de móvil de mis padres, pero nadie respondía… Y entonces sonó el teléfono.

- ¿Margaret Johnson? – preguntó una voz de hombre, grave y un poco metalizada.
- Sí.
- Tengo… Tengo malas noticias para usted.

Y allí estaba yo, dos días más tarde, sollozando como una niña sobre la tumba de mis únicos familiares, de mis progenitores y mi pequeña hermana de siete años… Desde el instante en que sonó el teléfono mi mundo parecía empeñado en desmoronarse, y yo no podía hacer nada para evitarlo.

Tardé un poco, pero finalmente hice acopio de las pocas fuerzas que me quedaban y me levanté, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano. “Tu aspecto es lamentable”, me habría dicho mamá. Pero ella ya no estaba allí para eso… Ni para nada, en realidad.

Conduje hasta mi casa, pero cuando llegué a la puerta no me vi capaz de entrar. Me senté en la hierba del jardín, estropeando aún más aquel vestido negro que esperaba no tener que volver a ponerme nunca. Era bonito, pero simbolizaba tanto dolor y acumulaba tantos malos recuerdos…

Supongo que perdí la noción del tiempo, porque cuando me quise dar cuenta ya era de noche. Las estrellas brillaban sobre mi cabeza, y no pude evitar recordar la película del Rey León, en la que le decían a Simba que su padre le observaba desde el cielo, desde las propias estrellas, y deseé que mis padres también pudieran hacerlo. Yo no era especialmente creyente, pero el desamparo producido por la falta de mis progenitores me llevó a desear que, desde donde quiera que fuese, pudieran observarme y, en definitiva, pensar en mí, recordarme y echarme de menos. Como yo les añoraba y lloraba su ausencia.

De pronto, una fina lluvia comenzó a caer sobre mi cabeza, y tuve que levantarme y olvidar mis ensoñaciones. Subí las escaleras del porche y, tras tomar todo el aire que pude, introduje la llave en la cerradura.

Un frío extraño y desolador se apoderó de mí. Tenía que marcharme, que alejarme de aquella casa todo lo posible, lo supe en cuanto mis pasos resonaron con eco en aquella enorme casa vacía y fría. Ya no había nada que me atase a ese lugar, ni siquiera unos buenos recuerdos, pues en aquel momento estaban sepultados bajo la pena, y entendí que tenía que irme.

Corrí hasta mi habitación casi con los ojos cerrados para no tener que ver las habitaciones de mis padres y mi hermana, tan vacías y desoladoras sin ellos. Abrí el armario con energía y comencé a hacer la maleta, sabiendo que mientras me mantuviese concentrada en ello no se me caería el mundo encima.
La maleta se fue llenando de ropa, neceseres y bolsas de zapatos, y el armario y mi habitación se iban vaciando a la vez. Cogí un jersey blanco que me encantaba y lo aplasté contra el resto de las cosas: a aquel paso me iba a tener que sentar sobre la bolsa para que cerrara. Suspirando, me volví hacia el armario y me fijé en lo que había quedado al descubierto al tirar del suéter.

Mis regalos de cumpleaños. Allí estaban, asomando, aún sin ordenar desde que me los habían entregado la semana anterior. Habían quedado sepultados en el fondo del armario, a espera de una mejor colocación, y los últimos acontecimientos me habían llevado a olvidarme de ellos.

Los fui sacando, uno a uno. Unas deportivas, una chaqueta de cuero, dos libros, un CD, una cámara de fotos, un colgante con una extraña piedra y una pulsera hecha de un material desconocido. Todo fue a parar a la maleta, aunque en el último momento extraje el CD y la pulsera y los metí en el bolso.

También tomé la cámara fotográfica y miré en la memoria las fotos que ya había hecho. Tan sólo había una, del mismo día de mi cumpleaños: mis padres y mi hermana sonreían desde la pantalla, claramente divertidos. Recordé la escena y sollocé; había pasado tan poco tiempo desde entonces y habían cambiado tanto las cosas…

Pero no, no era momento de llorar otra vez. Me sequé las lágrimas, me cambié de ropa y cerré la maleta para cargarla escaleras abajo. No tardé en meterla en el coche, y me subí yo también. Metí las llaves en el contacto y… Y no pude arrancar. Volví a coger la cámara de fotos y salí del auto.

Ahora ya había una segunda imagen en la memoria: mi hogar, o la casa que lo había sido durante dieciocho años, quedó retratada en la cámara y en mis recuerdos. En aquel momento, las campanas de la iglesia dieron las doce campanadas.

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lunes, 9 de febrero de 2009

Nunca más...

Increíble. ¡Yo escribiendo!
Y más increíble aún es que me haya inspirado mientras intentaba escribir una redacción sobre la película La Ola (que, por cierto, recomiendo, xD). La verdad es que últimamente no sé que me ha pasado, pero me ponía ante una página de word en blanco, o incluso abría mi cuaderno azul y... no era capaz de escribir absolutamente nada. Nada, ¡ni siquiera una absurda nimiedad, n-a-d-a! Yo, la que se pasó todo un curso luchando contra la tentación de pasarse todas las clases de biología escribiendo... Yo, la que siempre ha sabido que esta era su única manera de liberación.
Por fin, aquí estoy, con un texto que no merece demasiado la pena, pero que me ha ayudado a recuperarme a mí misma. vuelvo a ser Xidre... y espero que por mucho tiempo. =)
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Aquella mañana había llovido, pero cuando ella llegó a casa sólo quedaban nubes negras en el cielo y pequeñas gotas en la hierba del jardín. Todo parecía normal, pero el ambiente le dijo que algo fuera de lo normal se avecinaba.

Como cada tarde, había rondado por la casa sin saber muy bien qué hacer, buscando algo que llamase especialmente su atención. Y entonces... entonces había sonado el timbre de la entrada. Su corazón se había agitado con desesperación mientras su deseo latía lentamente en su cabeza: quizá Dylan había regresado. Era inevitable. Cada vez que oía el característico din-dong de la puerta, corría hacia ella esperanzada.

La pesada hoja de madera que separaba el salón del jardín se movió con demasiada lentitud mientras tiraba de ella con todas sus fuerzas. Sus ojos relucieron con sólo ver la figura de un hombre alto vestido de uniforme, y estuvo apunto de lanzarse a los brazos... de un completo desconocido.

- ¿Quién...? ¿Quién es usted? - alcanzó a balbucear, confusa.
- ¿Mary Adamson?
- Sí, claro - contestó con lentitud, al detectar cierta solemnidad en la voz de él.
- Mi nombre es Paul Garsten. Soy... Bueno, era... compañero de su marido, Dylan Adamson. Señorita, yo... lamento comunicarle que Dylan... ha muerto.

Sus palabras sonaron lejanas para Mary, cuya mente no era capaz de responder. Había vivido dos años alimentándose de sueños, de ilusiones... y ahora tenía la absoluta certeza de que habá sido en vano. Dejar a Dylan marchar había sido un error... irreparable. Porque estaba muerto, ¡¡muerto!! ¿Había ahora vuelta atrás?

Los sueños, las ilusiones que la habían ayudado a caminar día tras día durante aquellos dos años de agónica espera, todas aquellas esperanzas sobre las que había construído su mundo, se derrumbaban con dolorosa lentitud, y no podía pararlo. Fue como si su corazón dejase de latir durante unos segundos, mientras oía un "clic" en su mente. Muerto. Dylan, su Dylan, la única razón de su existencia, muerto.

Él había sido su sostén, el muro de carga de su palacio de ilusiones, el estímulo que provocaba su sonrisa, la luz que se reflejaba en sus ojos. Todo, y sin todo, no queda nada. Cuando llegó a esa conclusión, cuando las piezas del puzzle de la desesperación encajaron en su mente, Mary, la Mary a la que el mundo había visto nacer, se hundió en las profundidades del dolor junto con lo que había sido su vida.

- Lamento tener que darle estas noticias... Yo... Apreciaba mucho a Dylan y... también lamento su muerte...

El joven militar, confuso por la falta de expresión en el rostro de la joven que tenía ante sí. No se había operado ningún cambio perceptible en ella: seguía en la misma postura rígida que había adoptado al verle, sus labios sonrosados no se habían movido... Pero supo que ya no estaba ante la misma persona cuando contempló sus ojos. Velados por el llanto, se habían oscurecido hasta perder su color azul. Negros, eran negros... como su nuevo mundo.

Sin saberlo, aquel hombre contempló el fin imperceptible de una vida, otra más, víctima de una guerra ajena.

No hace falta que el corazón deje de latir para estar muerta. No hace falta dejar de respirar. Sólo basta con dejar de formar parte de este mundo, perderte a tí misma y no poder recuperarte - pensó Mary. Un velo de lágrimas empañaba sus ojos mientras contempaba como su mundo caía hacia las profundidades del abismo, arrastrándola consigo, y supo que jamás podría volver a ascender a la superficie. Mary Adamson había dejado de existir, sus ojos jamás volvieron a brillar. Quedó sólo un cuerpo, una superficie silenciosa y solitaria, en su memoria.

Aquella mañana había llovido, pero cuando ella llegó a casa sólo quedaban nubes negras en el cielo y pequeñas gotas en la hierba del jardín. Todo parecía normal, pero nada lo era... Porque la chica que abría la puerta de entrada ya no volvería a sentir nada... NUNCA MÁS.